Es mi turno de pasar a la silla de adelante. Ya casi, pienso, mientras escucho música y los audífonos revientan en guitarra. Me distraigo viendo las nalgas gigantes de las enfermeras que caminan frente a mí. Son todas tan grandes, como si cargan barriles de aceite y pupusas ahí adentro. La música se mueve al compás de sus nalgas. A los 15 minutos la puerta se abre y la enfermera me dice con una sonrisa que pase, y pongo pausa y las guitarras se callan. Pasan un par de segundos y ya veo la fila de sillas moverse hacia adelante, la penúltima persona tomando mi puesto. Decido entrar, porque a eso vine. Se que no voy a salir, pero rara cosa, eso no me parece importar.
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miércoles, 1 de junio de 2011
Fiebre Amarilla
Hay un cuarto de vacunación en la Unidad de Salud Barrios de San Salvador del que nadie parece salir. La gente entra con cara de resignación y una enfermera chiquitina le dice a uno "pase adelante" y en su bolsita de la camisa anda un lapicero y a los segundos cierra la puerta y perdés de vista el interior, que parece oscuro, sucio y desordenado. La gente está en fila de sillas (si alguien es aceptado dentro del cuarto, entonces, todos se levantan como jugando el juego de las sillas y se mueven una hacia adelante) y hay variedad salvadoreña de personajes: la mamá del kinder Happy Place de la San Benito que no quiere pagar los precios privados de las vacunas y se aventura a este rincón abusado por los buses y el olor de la alcantarilla Acelhuate. También, el viejito que vio de repente que ya vienen las gripes y quiere vacunarse contra el neumococo, un bicho que me da miedo y al que trato de adivinarle la vacuna pero no lo logro: o será la hepatitis o el tétano o tal vez solo va porque quiere ver a la enfermera. La fila de sillas es pequeña, la verdad, pero pasan unos 15 minutos antes de que la mujercita del cuarto le diga al siguiente que pase. Lo raro, es que el anterior no sale. No lo ves saliendo con el algodón en el hombro, sobándose para que le pase el dolor. No ves a la mamá con el niño llorando, gritando porque le dolió. No ves al viejito contento porque este invierno no se va a morir. La gente no sale. Pero rara cosa: la gente no deja de entrar.
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