Construyo algo débil, como hecho de papel. Lo cubro con una sábana con mi olor y eso, eso que construí, se ahoga. Lo despierto con un amable empujón y lo vuelvo humano, defectuoso. Hablamos hasta el amanecer y vemos juntos episodios de Seinfeld. Hecho con mis manos, con mis soplidos y huesos gastados, se ríe al mismo tiempo, sus carcajadas un espejo de las mías. Nos juntamos los cuerpos a distancia suficiente para ser íntima pero no lo suficiente para ser sexual. Descubrimos que nos gusta nuestra compañía, inventados consortes, diálogos fabricados. Le digo: esto de los amigos imaginarios pensé que se había terminado. Me dice: las cosas nunca se acaban. Las manías, como los fuegos, van reapareciendo como se repite una canción que te gusta o como se revive una memoria en la mente, tratando de crearla del aire, del recuerdo. Nunca soy tan feliz como con vos, le digo. Nunca tan feliz. Esboza una sonrisa que se acerca a la lástima y me echa el brazo encima. Sos tan débil, me dice. Tan débil como lo que creaste. Seamos débiles juntos y veamos la fuerza de la ciudad, brillando hasta el amanecer. La piel se nos va a tostar y vamos a oler a sol, a fuego o a brasas, a dos personas que encontraron una excusa para estar juntos.
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