Te acordás, le decía. Te acordás de tal cosa. Todo se trataba de acordarse y nunca olvidarse.
Juntos buscaban el restaurante al que siempre iban, encontraban una mesa y pedían los camarones, la pizza, la cerveza. Ella eructaba después de unas tres botellas. Él después de seis. Regresaban con el atardecer y la carretera era una serpiente lenta de carros llenos de gas y alcohol. Cuando por fin llegaban a San Salvador se dormían en los sillones de la casa con un episodio de Desperate Housewives sin terminar.
La vida era tan aburrida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje su opinión aquí, sea buena o mala, pues.