Que desde aquí oigo tu voz que me cuenta historias de la Bahía y de Manhattan, que vos me contás los viajes en el tren y las colinas cerca del valle levantándose y alzándose y durmiéndose y siendo masticadas por las vacas. Que tu voz, que tu voz, me suena a piano o a clavicordio, que te pongo en altavoz y manejo con tu voz en alto, con el viento fuerte, con la ventana cerrada, con el sol apagado. Que tu voz es ave, avión o zepelín, que me muerde el oído, el cartílago; que me contás de cómo te despertás con las lagañas debajo de los ojos y te las quitás y te las comés. Que tu voz, que tu voz tiene sabor a lágrima seca, a lágrima acumulada: nunca lloraste un muerto. Que tus viajes, que el avión y Siberia congelada desde tu ventana. Que no hay historia más bonita que la de tu nacimiento, o la de tu muerte, que me decís que quererme es soportar la forma en que te ignoro y la forma que siempre te cambio el tema. Que tu voz, que tu voz canta como un pájaro bonito, local, torogoz o quetzal, como un eco en las ruinas de Tikal y que tus ojos, tus ojos: se acuerdan tanto de la selva y de las pirámides y cómo te dio tanto miedo subir, aún más miedo bajar. Cómo el viaje en el bus, en el que tu voz, callada, dormida: que tu voz, combina perfectamente con mi forma de escribir.
Llamame, llamame una vez más. Que tu voz, que tu voz la reconozco desde aquí, mil kilómetros o más, la se reconocer entre el tráfico y la Alameda Juan Pablo II, entre el centro y el Teatro Nacional, entre las vendedoras de jocotes y maní y cargadores de celular, el mío está cargado completamente cargado: lo carga tu voz, porque tu voz, tu voz, no puedo oír nada más, mi audición limitada a tu voz. Siento hasta que la veo. Siento el olor de tu voz. La puedo tocar. Tiene textura de cuajada o de cola de ardilla con rocío. La toco y la recorro y siento sus relieves y arrugas. Tu voz, que tu voz. Tiene la edad perfecta para meterse a mis oídos, guardarse ahí, echar nido, y la alimento
con mi atención
mi atención ilimitada
veinticuatro horas o sesenta minutos
porque tu voz, porque tu voz...
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