Vamos al parque, ahí hay ponche, nos gastamos los colones y nos vamos a dormir a las camas y a los petates y que en la mañana nos despierte de nuevo el bus que sale para San Salvador, esa ciudad de hombres, esa ciudad horrible, esa ciudad que siempre nos ha dado la espalda. Este pueblo nunca ha ido, nunca ha conocido, este pueblo es de ellas, las mujeres, las de vestido, las que encontramos el sabor en la caca de las vacas y un olor hermoso en el rastro, en la matanza de cerdos, en los chorizos que cuelgan en el mercado, en los puestos 18 y 20, cerca de las rosas, lejos de las velas, frente a la cara de la niña que tuvo la suerte de haber nacido mujer en este pueblo de mujeres, en este parque que vende ponche con sabor a calostro.
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martes, 7 de junio de 2011
Pero si vos:
Hay ponche en el parque, vamos a sentarnos a tomar con piquete y platicamos de las mujeres del padre y lo bonito que habló en la misa del domingo. Desde aquí el monumento de la madre se ve tan bonito, iluminado, es que este pueblo es de las mamás, todas ellas, todas las que parieron a los bichitos con un grito y la matrona con las manos con sangre, este pueblo es de las tortilleras y de la niña Lita que hace sus pupusas con ganas y todas le quedan con sabor a chicharrón porque nunca se lava las manos, ves, este pueblo es de los huacales llenos de agua y restos de frijol y larvas de zancudos y los niños con la cara manchada de tiza y miel. Este pueblo es de las viejitas con manta y la señora loca que se sienta en la iglesia a defender a las pobres bichas que acosan los borrachos, este pueblo es de las doñas de la Argolla Dorada que todas las navidades hacen las posadas y todas las semanas santas hacen las alfombras y compran el aserrín y a los muchachos que las hacen les dan café con pan dulce. Este pueblo es de las mujeres, no de otras, si las dejaran ellas asfaltaran las calles y pusieran los adoquines y la cerámica del parque y sostuvieran los techos viejos de la alcaldía. Vamos al parque, a comer tamales o a ver a la señora que para el dos de noviembre hace las coronas con plástico y pega loca y por ratos le da por olerla, a la señora que muele el maíz o hace los salpores y el marquesote con el que los niños engordan, chuponeado en café, en café de olla o en chocolate caliente, las señoras que abren las rejas de sus puertas y desde ahí venden charamuscas (vainilla, leche, chocolate) y de los siberianos y de la mujer que pasa todos los días con el Pollo Campero (ha venido desde San Salvador cargando la gran caja de 36 piezas y las vende todas, las vende). Vamos al parque hasta que se nos haga la tarde yo te voy a dar unos colones para que te vayás a comprar un sorbete y platiqués con tus amigos y con las niñas que te gustan del colegio y que ves todos los días en las canchas de basquetbol o camino al cementerio en los funerales y te agarran la mano. Esa niña va a ser una señora y este pueblo va a ser de ella lo va a heredar entero el mercado sucio y el bulevar limpio y la cúpula de la iglesia y los alquileres de las prestamistas. Este pueblo huele a himen roto y a pescado viejo y a camarón tetelque, a sudor de sobacos rasurados. Este pueblo lo parieron ellas y el dolor que tienen lo apagan con el ponche y con el café de las cuatro y con el beso que le dan todos los días sus hijos desagradecidos, su gran panza, sus faldas y fustanes y la cara de felicidad, la cara de felicidad cuando ven que están tan limpias las calles, tan limpias las calles, tan grandes las noches de un pueblo que debería llevar nombre de mujer y debería usar falda y ser de ellas, con maní garrapiñado, conserva de coco y sorbete POPS.
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