lunes, 20 de octubre de 2014

Dubrovnik


Todo lo dijo alguien antes de mí, estas oraciones fueron escritas antes. Contemplo esta frase, lugar común, mientras afuera los turistas caminan ardiendo, Dubrovnik cansada y adolorida de sus adoquines. Cuando pensaba venir pensaba en estos cafés, en estas zonas bonitas, en las calles empedradas. Pensaba en salir hacia lo más remoto de las ciudades y fotografiar los edificios más feos, los más aislados, la arquitectura sin mérito de los suburbios. Pensaba ser el único turista llenando mi feed de Instagram con estas imágenes. Lo cuadrado de lo antiguo. La gente paseando con sus perros alrededor de algún río. Los balcanes vistos desde la mirada de un tropical.

Me lancé a las calles, tomé varias fotografías, y nada de lo que hice valió la pena. Pronto tomo un avión hacia Zagreb, de ahí uno a Madrid y después de un par de días de aeropuerto en aeropuerto, me esperan mi perra, mi familia, mi ventana. Sentarme a pensar de nuevo en volver, en otras calles, en otros turistas. Me siento y siento la intención de quedarme y conseguir un apartamento con vistas al río verde y limpio y en dejar pasar las horas pasar, en decidir después.

Pero no lo hago; agarro mi mochila y pago los kuna del café y me subo al autobus y con el beep de mi pase turista de 48 horas estoy camino al aeropuerto.

Paso por los suburbios y me parecen feos, sin interés: mi cámara no tiene batería. 

domingo, 19 de octubre de 2014

Sarajevo, 5:00 a.m., calles vacías, buses calentando y tu mente:
quizás no debía haber comido esos dos panes horneados y el niño me decía sos guapo, sos raro, sos pequeño y sos chistoso, borracho, la cerveza y los panes en la boca, la catedral, el barrio de los otomanes, el barrio antiguo, que ahí me cortó el pelo: una señora que veía las telenovelas mexicanas subtituladas en bosnio y sonrió conmigo me dejó salir; luego un café fuerte, sin azúcar; luego caminar hasta el cementerio y no tener ni idea, esta ciudad, como la mía: la guerra, la gente, el archiduque, los turistas, el bus calentando, son las 5:00 a.m. y faltan solo unos días para que acabe este año y vos seguís caminando, sediento, hambriento, resaca, madrugada, Sarajevo, bondad divina, bendición 2013, jamás vas a volver.
Esa canción me parece conocida, la canto. La grito, luego, más tarde, borracho. Me he tomado 12 cervezas y la mente se me borra, se me pone en modo directo y camino por las calles y espío a los vigilantes que duermen en sus cabinas y me siento en una acera y veo que pronto amanece. La gente comienza a pasar mientras corren y veo su sudor y huelo el mío y quiero otra cerveza. Ya es hora de que las gasolineras están abiertas y entro al express y me compro una. Me siento y una nena vendedora se me acerca: nena, no tengo dinero, esta tarjeta la pagué con tarjeta de crédito. Que le compre algo, me dice, que si tengo dinero en la tarjeta todavía. Me río y me busco los pantalones; encuentro un dólar y le compró una bolsa de maní. Lo mastico con la cerveza y la niña me empieza a decir que ya puede contar hasta 100 y desde 90 comienza a tener problemas y yo le ayudo a terminar y llegamos a 100 y se me acaba la cerveza y le digo, pasá un buen día y vendé mucho maní me voy caminando, contando hacia atrás, 100, 99, 98, 97 hasta llegar a cero y dormirme, migajas de maní en la boca.
Escuché al vecino cerrar la ventana y la música de mis altavoces sonaba fuerte; country. Los altavoces los compré en el aeropuerto de Atlanta cuando hacía escala desde San Francisco y pensaba en: idiota, venir hasta aquí para hacer escala cuando podías haber volado directo. Veía a las personas pasar y me sentía inadecuado, firma de voucher de tarjeta de crédito. Firmé y firmé varias veces, un banano, un poco de semillas de marañón, un mix de nueces y almendras y dátiles de África. Me senté y las horas pasaron lentas, musicales; como cuando estoy en mi cama con todos los libros acumulados, el polvo evaporado y las sábanas a medio poner.

Duermo en colchones desnudos así como son estas sillas desnudas de sala de espera y comenzamos a abordar: un vuelo de unas cuatro horas y otra vez la costa, otra vez los volcanes; otra vez manejar con las ventanas arriba porque apenas y te descuidás y te ponen pistola en la frente; otra vez dejar de caminar y comenzar a correr.

sábado, 18 de octubre de 2014

piernas gordas, hechas de café con el azúcar al fondo, nam nam. Me muerdo los labios pensando en vos y tenebrosa la noche se pone encima de nosotros, los humanos, los vivos. Me muerdo el dedo gordo del pie y esquelético me levanto de la cama y examino las heridas, los cánceres. Estornudo y mi perra vieja, gorda y virgen me mira con sus ojos tristes, que recoja su vómito, que recoja el mío.

vuelvo a la cama y duermo por horas, soñando con carnes jóvenes, prepucios en las nubes, un puente hacia san francisco.
Si no te aparecés antes de las ocho como me dijiste, voy a pretender que te inventé; que sos figmento de la imaginación. Que te imaginé a partir de retratos de mi abuela y te dibujé y te hice carne y pelo con la fuerza del aire. Si no te aparecés, voy a pretender que nadie usó esos vestidos que duermen en el armario; que el sudor que quedó en las toallas del baño

es humedad

de mis testículos.

viernes, 17 de octubre de 2014

Parada de Bus/Puerto de las Columnas


Estaban sentados. No había cielo: solo unos carros en un tráfico de mediodía y la señora vendiendo pupusas al lado del camino. Tropezaron unos niños camino al colegio y se llenaron las manos de lodo; la tormenta ya había pasado. Sacaron hojas en blanco y comenzaron a escribir, poemas malos, historias sin punto, porque para ellos escribir no era más que un reflejo, una cosa que se hacía porque no había nada más que hacer.

Vamos,
juntos,
atados,
amarrados,
párrafos vivos,
inventados
en un redondel
a las 4 de la tarde

"Ya te dije que solo porque escribís las cosas de línea en línea no es un poema"
"Ya te dije que no me importa".

Estaban parados. Esperando un bus, esperando que no los asaltaran; si se robaban las mochilas se robarían las libretas con los apuntes y con los planes de vida y la ruta peatonal que harían en Lisboa.

Llegaremos hasta la calle de la Plata y luego a la Plaza de Comercio y en el puerto de las Columnas veríamos el Tajo tambalearse como se tambalean los charcos de San Salvador y yo te voy a decir: "Mirá qué bonitos los ríos aquí, llenos de agua, de barcos de gente dormida; mirá qué bonitos como campos, como cañales celestes cubiertos de nubes roncando; mirá como flotan las aves, los campos, los euros, las batallas, las luces, los focos, los tibios, los botes, los puertos, las paradas, las palabras, los papeles con poemas que escribió un escritor sin trabajo ni libros publicados en la orilla del mar frente al Atlántico o en Porto o en una playa de Galicia: fría, invierno, con olor a menta o sabor a bacalao".

El bus decía 101 y traía las luces apagadas. 

jueves, 16 de octubre de 2014

Si acaso me pongo a llorar deteneme; me voy a deshidratar. Ordename una cerveza y veamos los carros pasar por la calle y contemos los colores, los calores. Gritémosle a la vieja que anda pura loca tirando piedras y nos escondemos detrás de la escuela evangélica; nos metemos atrás y entre risas nos tocamos los labios vaginales, que tan humedecidos están ya después del calor, la temperatura y nuestras pláticas. Regia, amor, te ves regia así, toda masculina, haceme tuya en la esquina del Masferrer, vamos detrás del Citi y oleme las paredes en secreto, que no nos vean los vigilantes. Comprame una hamburguesa de un dólar en el Burger King y luego nos acostamos con nuestras Cocas en la grama del redondel y decime una vez más lo que me dijiste aquella vez, me quiero acordar:

vamos a vivir en ese edificio te lo prometo en ese edificio verde; la vista de San Salvador tan chula, un día la vi cuando me pusieron a limpiar y te imaginé contra la pared toda abierta y las dos felices, risueñas, no me hagás decirte esto otra vez, que me da tristeza, me da desamparo hija mía, bicha pasmada que no ves; andá a besar la estatua de Alberto Masferrer y me contás lo que te cuenta, reclamale que nunca pudiste vivir con el mínimo, que no podemos seguir eructando esta hamburguesa, que en el Banco no nos dejan poner un pie.

Te quiero, mujer mía, puta llena de vida, te beso la caca encrustada de tu culo y huelo los blúmeres húmedos que dejás en el baño.

Qué chuca sos, colocha, pero así te quiero, así te alimento de césped y carbón.

Autorizado

nos vamos a dejar de ver por un rato,
verás, estoy enfermo.
quisiera poder contarte detalles pero no;
no es prudente. si me conectan a una máquina te aviso;
a vos te dejé autorizado para que me desconectaras.

Aquí en la hamaca

No amaneció, se quedó la noche y el reloj ya dice que son las 8 de la mañana. Por fin el cambio climático nos llegó del todo y vos estornudás porque te ha dado gripe, gripe bonita de fin del mundo. Te voy a extrañar, te digo, aquí en la hamaca cuando ya no estés. Callate, me decís, no me voy todavía; el mundo necesita chistes cáusticos como los míos y tener a alguien a quien culpar de los políticos corruptos. Recuerdo tus libros, tus libreras; la juguetera que llenaste con recuerdos de las bodas de todos tus amigos. El matrimonio igualitario jamás llegó a El Salvador, me decís llorando, mientras tus lacrimales se llenan de resequedad y me leés un poema de un poeta vivo.

Leeme de los muertos, amor, los muertos saben más; a los muertos ya se los llevó la corriente, el mar, la tierra, el tiempo, la lluvia.

Extrañar

Sediento me bajo del autobús en la frontera con Guatemala y me compro dos pupusas para llevarte de desayuno. En la ciudad nos encontramos y caminamos en el Paseo de la Reforma y te cuento del temblor, del muerto en San Miguel, de la Pilsener en el mar. Me gusta que me contés historias de tu país, me decís, como si San Salvador fuera tan diferente a Guatemala.

Solo cambiamos un poco, canche, rubiecito de mi vida, ojos claros, chapín maldito que me enamoraste.

Me subo al bus de vuelta y en la frontera esta vez no compro pupusas; compro chicles. Ya pasados, me mandás un mensaje, que si estaba bien; que habías leído en Twitter que habían balaceado un bus que iba para El Salvador en la carretera.

No, tranquilo; me tenés para rato. Y comienzo a ver los anuncios y ya son para Pilsener y no para Gallo y te extraño, canche, te extraño ojos claros.


Algún día vamos a abrazarnos en Tel Aviv, y vamos a pretender que nada de esto pasó.

Pero abrazados no hace frío, no se extrañan las postales ni los vasos transparentes con el té negro que me trajiste de Estambul. Las Naciones Unidas aceptaron a Palestina como observador y me dijiste que soñabas con ver Belén de noche y a los niños corriendo tirando piedras a israelíes. Sos loco, querés estar en el medio de una guerra y las guerras no salvan a nadie. No querías el frío pero querías la sensación del calor de estar abrazados. Nos hacía falta el imán de refrigerador con el domo de Berlín y las bicicletas que nos robamos en el Malecón de La Habana. Nos gustaba el apartamento vacío pero nos faltaban frazadas y telas para colgar en las ventanas y que el sol dejara de cegarnos al mediodía. Nos faltaba la comida y el vino pero brindamos con las lenguas adentro de nuestra boca. Nos hacía hambre el corazón pero lo ignoramos con historias que nos pasaron en el sur de Chile y en el Norte de Nunavut. -Nunca has ido a Nunavut- me dijiste y cuestioné la puntuación de tu diálogo, absurdo, absurdos los dos, románticos perdidos en la historia de un trabajador de cubículo. Me abrazaste más fuerte y nos hicimos polvo con el punto final.

El mundo se hizo más pequeño cuando me dijiste, sentado, que me parara  y te mostrara las heridas. Sangrás, me dijiste; lo veo debajo de tu camisa. Me levanté la camisa y la panza que me hace incómodo con todos los demás rebotó natural frente a vos, y besaste mi ombligo, sucio y oloroso, y mis heridas que brotaban sangre como saliva de una boca ansiosa. La empezaste a besar; yo te quise detener porque me daba miedo pasarte todo, lo que tenía y lo que pensaba tener; pero vos me dijiste que no importaba-si morimos, morimos juntos, como Kate Winslet y Leonardo DiCaprio en Titanic.

-Él se murió nada más, ella no, te digo;
vos te carcajeás y me mordés los pelos, subís más la camisa y luego los pezones.

Nuestra cama se hizo tan pequeña como una puerta de madera en el hielo del Norte Atlántico pero nos balanceamos felices, sobreviviendo, viejos y gordos, eructando pasta y pastel de queso.

Ninguno de los dos pasó frío esa noche.

lunes, 13 de octubre de 2014

Plaza de las Comendadoras


Buscaba ansiosamente la Plaza de las Comendadoras, el problema era que no tenía ni teléfono ni mapa en la mano para poder buscarla y me encontraba entre la calle La Palma pero más cerca de Desamparo que de la Plaza de España. Me puse triste y mis amigos caminaban cada vez con menos ganas y señalaban cualquier terraza, cualquier patiecito para tomarnos las cañas y yo no quería, yo no quería quedarme en esa plaza o en esa calle o en ese callejón; yo quería ese lugar al que me iba las tardes del verano a tomar una Coca-Cola o a fumarme un cigarro o a pretender que escribía, yo quería sentarme en esa mesa de nuevo como cuando mi novio me dejó plantado y me escribió un mensaje que no llegaría, que mejor lo dejáramos tranquilo. En ese momento dije me voy a unir a este convento y de ahí nadie me saca.
Pasamos por el Conde Duque y yo estaba convencido de que andábamos cerca, demasiado cerca, porfa vamos a la Plaza y mi amigo que vivía en Madrid en ese momento me dijo "Estás loco aquí no hay una plaza que se llame así" y yo me agité y me rendí y nos sentamos en el primer bar que vimos y en ese bar no me cortó mi novio en ese bar no me ligué a un andaluz en ese bar no soñé con ser monja ni monje y la cerveza estaba tibia y la Plaza de las Comendadoras estaba tan cerca y mis pies se pusieron tristes, llorones, como es típico de los pies en invierno.