¡Mentira mi abuela no es bruja! ¡Mentira!
Que vas en el microbus de Santa Tecla para Opico y los bichitos van jugando con una ouija que consiguieron a saber dónde. Vos vas jugando con ellos. La Ouija se va moviendo, pero sí, se va moviendo porque el carro se mueve. Y de repente. ¡POM! Un hoyo y el carro se va de lado y todos gritan.
¡Es la Ouija! ¡Es la Ouija!
Que vos tenés miedo porque dicen que tu abuela es bruja y que anda haciendo a saber qué cosas. Pero ella ya no es bruja. Ella vende zapatos y apenas se acuerda de lo que dice. No se acuerda de vos. Si te ve, te escupe.
-¡Yo no soy tu abuelita, hijo de puta!
Y vos te escondés detrás de la puerta de la cocina. ¡Tu abuela está loca! Es la abuela que menos has visto y que menos conocés. Es como una señora, más que tu abuela. Te debería de dar pena, pero a los bichitos consentidos nada les da pena ni vergüenza. No, para ellos, la abuela solo es la viejita loca que dicen que es bruja.
¡Ya te va a llegar a jalar las patas por andar escribiendo babosadas!
Y que la Ouija, y que Martita, vos no entendés por qué a las bichas del Santa Inés les interesa tanto eso de la brujería. ¡Quizás porque ellas no tienen una abuela bruja! Vos sí, y lo comprobás cada vez más. Estás cada vez más seguro. Tu abuela es bruja y lo mejor es mantenerla de tu lado. Aunque te escupa, aunque no te reconozca.
Llamala por su nombre, dale agua, mirala con miedo. ¡Imaginate, un niño, viendo a su abuela con miedo!
Pero así ha sido de absurda tu vida, así, con ouijas y lápices llamando a la Martita, con los pelos de punta en una noche de tormenta, con el miedo en que cualquier momento
tu abuela
aparezca
como la viste
el día
de la misa de novenario de tu papá.
Despeinada, en silla de ruedas y con la cabeza de lado.
¡La Ouija, Martita, traé la Ouija!
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