Me agarra por arrancarme pelos de la nariz. Los agarro pero primero los toco. Son tan lindos y la textura me gusta. Me gusta la textura del interior de mi nariz. No me extraña que todo el mundo lo haga. Hay algo de curioso, de sorprendente. Cuando estás pequeño no tenés pelos en la nariz. Pero te comienzan a salir y te da por arrancártelos. Los arrancás y sentís un dolor que te saca una lagrimita. Una lagrimita pequeña, delgadita, del tamaño de un pelo. Son las distracciones más hermosas del mundo. Puedo pasar minutos tocando el interior de mi nariz. La cavidad nasal más emocionante del mundo. Tanto por descubrir, tantos pelos por sacar. Los saco y los veo. Me sorprende lo grandes que son. Inmensos. Tienen una raíz blanca y los imagino gritando. Dejando su cavidad oscura tan cómoda. Paso así, oyendo música y buscando sitios nuevos y escribiendo y sintiendo los pelos de mi nariz. La textura porosa de mi mucosa seca. Me da miedo a veces arrancarlo. Me da miedo el dolor. A todos nos da miedo el dolor. Pero entonces lo olvido y me agarra el valor. Lo arranco. El dolor. Llega de nuevo. Se hace una adicción y llega el punto en que dejo mi nariz limpia de pelos. No más pelos. Entonces me tengo que esperar una semana o dos para tener nuevos. Y entonces vuelve a comenzar. La rutina más emocionante. Las cosas que solo se hacen cuando estás solo. Qué bonito sería encontrar a alguien que me arrancara los pelos de mi nariz. Que se enamore de la oscuridad y de sus raíces blancas. Que pasara horas tocándome y sin avisarme los arrancara.
¡Ay! Le diría.
Y luego él me daría un beso en la fosa y todo estaría bien.
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