Tu apellido es ciudad, que te veo y te descifro, con los ojos bajos y los pies altos, con la ingle manchada con la saliva que nace de mi garganta: abundante, autosuficiente, automática. Así, tu cuello o tu espalda, la voz que se calla cuando las cosas se ponen ridículas. Tu apellido es ciudad, todo él, en las letras caben los ayuntamientos y las plazas, el parque y las habitaciones, la gente que come, que corre, que coge. Eventualmente, ahí en las letras, se hunden los ríos, se abren los mares, se ven los océanos y los Atlánticos o el sudeste del Lempa, el Amazonas o del apellido que es mes pero el tuyo es ciudad y lo escucho pronunciado como se oye el tráfico a través de la avenida o del bulevar o del monumento a la Constitución. Tu apellido es ciudad, abrazada ciudad, que se pone como lugar de origen o lugar de muerte, morir en vos es morir en barrios: en La Cruz, o en El Calvario, o en Centro o en Escalón.
Así, de la lengua, surgen las casas y los edificios, redondeles y las tiendas de frutas y tomate, de pizza mientras estás parado, de las estatuas de muchachas con cuadernos en la mano, de San Ildefonso o Barco, de la Gran Vía (calle y no centro comercial) o de las Corts Catalanes. Así, pronunciado, suena a música de bar o a personas caminando en la Rambla o en el Ensanche, en Salamanca o en Goya, cerca del Estadio Cuscatlán o del puerto, el malecón y El Tunco.
Tu apellido, ciudad bonita, ciudad hedionda, ciudad de personas cheles o morenas e inmigrantes quemados por el Sahara, abajo, en barco como en Cuba, abrazados a la arena despertando con el sol en los ojos. Tu apellido, ciudad construida, ciudad imaginada, que me habita la piel, que me alimenta los jardines, que me protege de los huracanes, de los terremotos, de los borrachos de esquina,
de los apellidos de países enteros.
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