lunes, 6 de junio de 2011

The sound of your breath in the cold

Qué noche, anoche. Abracé tu cara en el pavimento y nos besamos con pelos en la boca. Agitada por correr, me viste al ojo derecho, abajo, y descubriste una pestaña. Me la quitaste y la soplaste en tu dedo índice.

-Se te olvidó decirme que pidiera un deseo.

Vos no dijiste nada, lo tuyo no es hablar. En el cielo no había estrellas y nos temblaban las manos. La nariz roja, la bufanda envuelta hasta la coronilla y los pies con doble calcetín. Apenas había espacio para respirar y el calor de las bocas se empezó a enfriar. Quizás ya era de hora de irnos, de levantarnos, pero las luces de los carros que pasaban nos hacía quedarnos. Aparecíamos como espectros en el carril contrario y los trabajadores de caminos nos miraban como locos. Con orejeras, abrigos gruesos, pantalones largos.

-No se cómo puedo tener una erección con este frío.

Bajaste tu mano y me tocaste. Te dio risa. Te conté de una vez que viajaba en un tren hasta Budapest y me desperté temprano y el sol apenas salía. Julio, o agosto, no me acordaba muy bien. Había un campo de girasoles y los vi levantar sus caras hacia mi. Miles de girasoles viéndome a los ojos. Me emocioné y me dio vergüenza. Me di la vuelta y vi la pared, el compartimento que compartía, vi a mi novia de aquél entonces abrir la boca y cerrarla de nuevo en ronquidos ruidosos. No quería despertarla, solo quería seguir viendo la pared.

Dejé de hablar y ya estabas llorando. Nos quedamos callados por el resto de la noche y los carros pasando con sus luces, los trabajadores de caminos con sus taladros, la calle cerrada, los pinos altos y veloces, el viento y los venados durmiendo y el sonido de tu respiración en el aire frío, el sonido de tu respiración en el aire frío.

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Escrito mientras suena: Beirut-East Harlem

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