jueves, 16 de junio de 2011

Ulises/Opico

Al Sr. Molina le gustaba masticar la carne de res y morderla por largo rato hasta ponerla aguada y hecha bola y echarla de nuevo en el plato. Se la sacaba de la boca con la mano y la echaba en la porcelana en la mesa a la par del jardín de su casa de Opico. El Sr. Molina odiaba las mascotas así que no tenía gato ni perro ni nada que le hiciera miaou ni guau ni nada. Jamás entró a la cocina y le decía a su mujer que ella es la que se pertenecía ahí y él es el que tenía que irse a los negocios. Vestía un pantalón de tela suave y una camisa de botones. Hacía calor porque siempre hacía calor pero él jamás se quitaba el cincho. Jamás se quitaba el calzoncillo blanco y el tornillito del pelo que se hacía con tanto cuidado frente al espejo. Disfrutaba ampliamente y con alegría contínua el olor del jabón de cuche con el que se bañaba. Una bola negra que pasaba por todo su cuerpo y por los testículos. Le gustaba tocarse los testículos y medir el tamaño de cada uno. A cada rato oía advertencias sobre el cáncer así que se buscaba bolas sospechosas, tetuntes pequeños. También había oído sobre el cáncer de próstata pero eso no le gustaba. No, al Sr. Molina no le gustaba.

Enciende el carro con facilidad y lo dirige hacia la calle de su bodega. Con la boca llena del humo del cigarro, empezó a sentir en su nariz un moco. Era grande porque estaba pegado en todas las paredes. El Sr. Molina con gusto metió su dedo índice y arrancó el moco y lo vio. Era verde y cavernoso. Como una montaña hecha pequeña. Contempló las texturas con interés y sorpresa. Desinteresado, pasó su dedo en su cabello y lo diluyó ahí. Habrá que contar ahora el dinero de Los Bajíos o pagarle al Músico las tareas. A ver cómo queda el juego o si hay juego o en la casa a ver si ya le llevaron la refri.

El Sr. Molina recordó la sensación de su pene en la vagina. Había poco que le gustara tanto el mundo. Era una sensación animal y sin pretensiones. Le gustaba también, ver su cara en el espejo. Por eso le gustaban tanto los cuartos con espejo. Abrazado, así, con el olor del sudor y su pelo desordenado. Recordaba su juventud y manejar los camiones con emoción, las calles de San Salvador y la carretera de Oro cuando estaba llena de lodo.

*

Sentado, el muchacho se vio al espejo y descubrió un pelo más en su pubis. Era un pubis pequeño de acuerdo a su edad y a su color de piel. Pensó por largo rato en la Fátima o en la Karen pero nada de eso logró despertarle la excitación que buscaba. En este espejo apenas podía verse la cara y no podía verse el cuerpo. Verme al espejo. Encontrarme defectos. Masturbate. Que se te pare. El muchacho sonrío porque recordaba haber terminado un día antes y que nada salió. Nada salió. Todo era un torrente seco. Río sin agua. Café sin agua. Limonada sin agua. Odió las limitaciones sexuales de su edad y sintió en su esfínter una destacable presión. Cuando notó su dedo las paredes cavernosas encontró lo que buscaba. Había lavado con cuidado antes cada espacio ahí adentro. Le gustaba sentir. Encontraba objetos por toda la casa con los cuales probar y lastimarse. A veces sangraba. Siempre lo hacía escondido en el baño esperando que su mamá no se diera cuenta de lo que estaba pasando. Mis dedos son demasiado pequeños. Necesito el silencio o que se vayan todos. Encontrar aquél pequeño pilar del pasamanos. O aquél tubo que tiene su mamá en el baño. Que se vayan todos y quedarse solo. La idea de recorrer la casa desnudo o correr por los pasillos con el pene colgando, el pene pequeño como péndulo gracioso. Era bonita la idea y el muchacho sonrió y vio que de la punta salía una pequeña gota blanca transparente. La puso en su dedo y luego en su lengua. El sabor de la lejía o el jabón o el agua con cloro y el sabor de una manzana. O del café de la mañana, del relleno de las donas del Mr. Donut que traía su mamá desde San Salvador o del queso de la Pizza, derretido, colgando de su boca, masticado entre sus dientes, las espumillas o la poleada con canela, el ponche con piquete del parque, la crema de lavar manos, el jabón de lavar platos, el shampoo de su hermana o la leche de la chiche de la prima con el bebé mordiendo el pezón y la manta en el hombro. El olor de una hormiga que había matado. La sangre del pollo que aplastó en la finca, en la casa, cerca de donde venden los dulces de jocote. La manzana quemada o la piel del guineo majoncho y los coyoles de la cruz de mayo, sembrada en el jardín de su casa, en el arriate de enfrente, adonde se persignó con la mano sucia de tierra.

*


-Mañana todos vamos a leer el capítulo cinco. Sobre la moral y cívica. Sobre la bandera nacional y los símbolos patrios.
Todos estaban sentados con las piernas rectas y con sus pantalones grises y camisas blancas con camisas blancas debajo. La mesa del pupitre estaba forrada y cada uno había podido elegir el color y los mensajes y recortes de periódicos que poner ahí. Habían muchos que habían elegido a los Caballeros del Zodíaco y a jugadores de fútbol y a grupos de rock. Él había puesto un montón de carátulas de libros que había leído con su profesor de primaria. Los había puesto todos en orden y los veía todos los días y escribía sobre ellos. Que quería escribir no era nada raro para los maestros que lo veían siempre con libreta en mano y lapicero. Había ya concursado en algunas cosas y contaba historias tristes de manicomios y castores construyendo diques, muelles. En su boca sintió el sabor del lápiz negro y le gustaba también comerse pedazos de papel y el grafito. Observó por largo rato las nalgas de sus compañeros que se levantaban y salían al recreo. Todas tan llenas y redondas, algunas aguadas y algunas duras. Apretó con fuerza el lápiz amarillo y luego lo mordió. Corrió a la tienda y compró unas papas fritas que se comió solo frente a la entrada del teatro. Ahí adentro estaba el piano. Nunca pudo tocarlo ni nunca dejaron que aprendiera. No le gustaba la música.

*


El Sr. Molina caminó por la calle del centro hasta la farmacia saludando a todos. Todos le decían el nombre y lo conocían como Don. Don y su nombre. Mi nombre lo conocen todos y lo dicen todos en voz alta y con voz de sangre. El galillo les da para pronunciarlo y algunos lo gritan y me piden cinco colones.
-Qué tal sus hijos, Don.
-Bien, fíjese, en el colegio.
Todos, en el colegio. Como si el colegio tuviera algo.
-Qué tal sus hijos, Don
-Bien fíjese, en el colegio.
Todos, en el colegio. Como si van a aprender más o menos.
Sintió hambre y se subió a su carro para acelerar las pocas cuadras hasta su casa. Llegó y el olor a plátanos fritos venía desde allá arriba hasta aquí abajo y le dolió la cabeza de pensar que tenía que sentarse a oír de nuevo lo que hablaban todos y cómo lo hablaban todos. Imaginó un cuarto solo para él con televisión y silencio. Pero ahí estaban todos. Sonrió al verlos y su hermano comenzó a hablarle de Nostradamus.
-¡El fin del mundo!
No gritaba pero su vozarrón era tosco y ridículo. El Sr. Molina se sentó en su silla favorita. Fijamente el televisor y tratar de borrar todo lo demás.

El muchacho lo vio entrar y no le dio miedo pero sí le temblaron los pies. Oía música en una silla con sus pantalones pequeños y sus pies aún más. Lo saludó con Hola y lo vio sentarse y escuchó el gran grito del tío.
-¡El fin del mundo!
Él es el hermano de mi papá. Se parece algo y se parece más en el pelo que en cualquier otra cosa. Aquí a todos les gusta llevar el pelo pegado a la cabeza con goma y moco. Puso en silencio los audífonos y comenzó a escuchar todo. Qué manera más rara tienen de hablar y pronunciar las palabras. En el colegio le habían dicho que se hablaba de otra manera. En el televisor ven solo cosas extrañas y a mí no me gusta. En el colegio le habían dicho que mejor leyera. Esperaba ansioso solo una cosa y era el momento en el que le iba a dar el dinero. Veía la bolsa del pantalón colgada de la silla y se acordaba del montón de billetes. De ese montón de billentes solo unos pocos eran para él. Es muy enojado. Me acuerdo cuando grita o cuando le tiembla la voz. Me dice un diminutivo pero parece que me está gritando. Como que me habla en otro idioma. Mi voz es demasiado suave y mi pene demasiado pequeño. No me gusta mancharme las manos de tierra y duermo abrazado a mi almohada. Me daría tanta pena que me viera haciendo lo que hice en el baño. Supongo que cuando se muera lo va a ver todo. Cuando se muera, pero está joven. Mientras tanto voy a seguir en el baño. Yo no se para qué va a querer estar en el baño viendo lo que yo hago. Si yo me muriera anduviera por todo el mundo y estuviera en los lagos, en las murallas, en los templos y en algún lugar de algún libro de Dickens. Iría a Costa Rica.
La voz de su papá y el hermano de su papá se había ahogado un poco en sus pensamientos. En la cocina escuchaba los chambres de las señoras y los frijoles hirviendo. Él siguió sentado en el pasillo y puso a sonar de nuevo la música. Todo se quedó quieto y vio el árbol del jardín, con la cruz debajo. Persignarse, que gesto más extraño. Mi papá nunca se persigna. Y mañana, ¿qué? Me toca abrazarlo. Feliz cumpleaños.


*


El Sr. Molina se despertó sin ganas de ser abrazado. Pero lo primero que hizo fue recibir uno de sus hijos y los vio en fila como con pena. Todavía no se habían lavado los dientes y odiaba eso. Cuánto pisto les doy para que se compren pasta de dientes y nunca se compren. Otra vez tienen el montón de caries y les apesta la boca. Otra vez andan con esos zapatos feos y otra vez se están acostumbrando a no hacer nada. Un frío enojo le recorrió la espalda cuando pensó en todas las camas desordenadas y en todos los cuadernos llenos de tareas. Salió y esperó el desayuno en la mesa que siempre era el mismo. El feliz cumpleaños de ella fue más débil y miedoso como con ganas de vomitar. No tenía ganas de tomar pero quería ser de aquellos que tomaban así, con normalidad, como si no les iba a pasar nada. Pero le daba miedo probar una gotita y agarrar zumba. Le daban miedo pocas cosas pero eso sí le daba miedo. Todavía no era hora. Todavía no.

*


Poco semen otra vez salió del pene del muchacho cuando terminó de masturbarse en el baño. Esta vez en su mente ya estaban claramente dibujadas las nalgas de sus compañeros y los bultos que lograba ver cuando se cambiaban para Educación Física. Recordaba también al bicho del microbus. Sabía su nombre y se dormía a veces en su hombro. Quería hablar con él y que le enseñara a jugar basquetbol. En la cancha del pueblo se puede jugar y también ahí secan maíz. Mi hermano una vez se golpeó un dedo con un grano que rebotó y lo golpeó en la yema. Pocas cosas le daban tanto miedo como la voz de su hermano. A veces veían televisión en su cuarto y se reían con Friends o con Seinfeld. Era la segunda televisión de la casa porque la otra siempre estaba ocupada con los noticieros y con las predicciones del tío de Nostradamus. Pero desde la sala les gritaba el papá que le bajaran volumen porque lo estaban jodiendo. Apretaban los botones y todo se quedaba más bajo y o Rachel o Ross o Mónica o Chandler hablaban en español y los hacían reírse. Daban anuncios y al muchacho le daban ganas de comer galletas Chiky y tomar Coca-Cola en el colegio. Recordaba la tienda y la lucha libre en la televisión y los partidos de balonmano y se ponía boca abajo en la cama para disimular una erección. Quería saber cómo era el pene de su hermano. Era más grande seguramente porque era mayor. Tenía curiosidad de los penes de todos los hombres que lo rodeaban. Le daba tanto miedo el tamaño del suyo. Lo medía todos los días con una regla y siempre era el mismo resultado. Temía que nunca creciera más que eso. Lo jalaba con ganas todas las noches, cuando flácido, para ver si estiraba. No rezaba por eso porque a Dios no había que molestarlo por cosas tan ridículas, por penes tan pequeños. Dios no se encarga de eso. Dios se encarga de otras cosas. No vayás a olvidar todas estas oraciones, le habían dicho en el Catecismo. El muchacho recordó estar parado frente al altar con ganas de besar la estatua de Jesús en la mejilla y darle gracias por todos los regalos que le iban a dar. En el montón de bancas estaban todos los de su familia y todos los del pueblo que iban después a la gran fiesta. El muchacho todavía no tenía erecciones y como no tenía erecciones no conocía pecado. El muchacho todavía comía carne. Todavía creía que le gustaban las mujeres. Friends aún no había estrenado.

*


El Sr. Molina sintió pena por su hijo cuando lo vio caminando desde la otra calle. Estaba con todos sus amigos platicando y ver a aquél muchacho insignificante le hizo pensar que no era posible que eso era fruto de su semen, nacido de sus penetraciones. No le parecía fuerte ni grande. Ni guapo. Era tan moreno y tan pequeño. Su verga tiene que ser tan chiquita. Quizás ya se masturba pero no me dice. Más se acercaba el muchacho y más se le dibujaba al Sr. una sonrisa burlona. Todos los amigos se callaron y ya se escuchaba el ruido de los cubos de hielo golpeando alrededor del vaso que le traía. El Sr. Molina tenía sed y nada le provocaba más placer en esos momentos que agua helada con hielo. Se la tomaba de un solo y entonces le devolvía el vaso a su hijo quien caminaba de regreso a su casa con sus nalgotas gordas puras de mujer pasando por el puterío El Papaturro. Al Papaturro me va a tocar llevarlo. A que un par de putas se lo den. Les va a dar risa el bichito pero que se lo den. Ya tiene edad. Uno de estos días le pregunto si ya se masturba pero espero que me conteste. El bicho parece que a veces ni habla, porque se me queda viendo con miedo y con ganas de llorar. Cuando le doy el dinero lo agarra con la mano abierta pero después lo apuña como con pena. A saber qué va a ser de él. A saber. A saber qué estaba pensando yo cuando lo hice. Lo hicimos mal quizás. Nos salió todo aguado y afeminado. Será culero o es que pasa demasiado tiempo con ella. Las putas lo van a arreglar o si no lo arreglo yo de un par de cinchazos. A saber por qué no lo he puesto a lamerle la sal de la espalda de sus hermanos o a sentarse en maicillo. Lo voy comenzar a llevar a la finca en las mañanas a que le pegue el sol y se tueste y que recoja naranjas. Que se le salgan los huevos, que le crezca la verga. Que coma tortilla y levanta mierdas y que se ponga más grande. Me da pena verlo allá, caminando, así de lejos parece un cerdo negro caminando con la espalda doblada. No pone ni un pie adelante ni un pie detrás, va como flotando en lodo, el bicho.
El Sr. Molina vio a su hijo desaparecer, dar la vuelta a la esquina y regresó a la conversación con la boca helada y sin sed.
-Ese es el menor, vea.
-Sí, es bien inteligente.
El Sr. Molina respondió con una sonrisa y la boca se le secó y sintió sabor al polvo flotando en la calle.


*


El olor a la panadería. Al pan en la panadería o la sorbetería Cuatro y Uno. El sabor de las conservas en los puestos del Viernes Santo y la grasa grasosa de los churros españoles de la esquina y los plátanos fritos o las papas antes de subirse a las sillas voladoras. El olor a la fritada o las naranjas que se les sale el zumo cuando las pelan. Las espumillas que le trae la tía o el olor de la boca de su papá cuando ha tomado. A ver si un día tomo yo. No le gustaba ir a la tienda a comprar la botella de vodka y le decía siempre que no. El papá se enojaba y a él le daba miedo. Pero igual decía que no. Se encerraba en el cuarto y sabía que en el cuarto no le iba a poder pegar. Vieran que inteligente es el niño lleva puros 10. Inglés puede ya y se gana siempre el primer lugar. Cuando consiga novia la va a besar y van a tener hijos, ya va a ver. Pasa encerrado en el cuarto y pasa leyendo. Es inteligente el bicho. El sabor del Pollo Campero y las papas fritas que vienen en bolsa y se aguadan en el camino. Las charamuscas y los chocobananos de la esquina de la Niña Santos y las tortillas y los tamales de leche y azúcar de la Niña Nena. Le gusta más sacarle el pollo y comerse la masa porque al fin la masa es la que engorda. Está criando una buena panza en la cual criar zancudos y parásitos. Los salpores y los nachos y los churritos de la tienda de la Niña Mercedes. Los tortitrix con sabor a frijoles y el pavo de Navidad o de año nuevo. Su papá siempre se duerme temprano y no revienta cuetes con ellos. Cuánta gente camina por la calle y que no quiere que lo reconozcan. No quiero que me reconozcan, me dan miedo. El final de la novela y el sabor del té helado o de la Coca-Cola dulce, dulce, dulce, del fresco de tamarindo y los mangos que caen a la piscina y los sacan con una red y lo parten, en trozos y en mordidas. La tierra. El jabón. Los dulces de la cartera de su tía y las galletas que guarda en la gaveta de su cuarto. Su panza, su panza, tan grande, tan grande, que le empieza a ocultar su pene. Es tan pequeño. A ver cuándo crece. A ver cuándo crece y es igual que el de sus compañeros y debe ser gigante. Tan gigante que necesitan la ayuda de un montón de bichos para masturbarse.

El montón de semen le cayó en la panza y al menos se sintió contento de tener tanto adentro. Se empezó a masturbar por todas partes cuando la casa estaba sola: en la sala, en el escritorio, en la cocina, en el garage, en la librera, en el baño, en el jardín, cerca de la cruz, en el baño de su hermana, en el comedor, en el pasillo y frente a los pilares, a apretarse entre los carros parqueados y la pared, en la ventana viendo a la calle, en el espejo viéndose a él, con la revista o con los libros, pensando en sus compañeros o en Juan o en Javier, en el lagartija o en Mario. Sintió en su pene un dolor extraño y tuvo que parar hasta que se recuperara. Tanto semen, tanto semen. Qué alegre se sentía. Llenaría diez vaginas de diez putas con tanto semen.


*


Creo que sí, que todavía me quiere. Sí. A veces lo veo caminar tan recto y ser tan bonito. A veces me trae tantas cosas y se va de viaje y me dice que me quiere. Sí. Las cosas las repite con dolor o con duelo, como si se murió alguien o le están torciendo la mano. Aquí en el pueblo las mujeres cocinamos y cocemos frijoles y servimos el desayuno con diez tortillas. Sí. Abrazo mi pecho y recuerdo lo fértil que era. Lo bonito que era ser fértil. Tropiezo en las piedras y recuerdo las procesiones y las alfombras y la cama separada. Esta cama tan grande con un rosario detrás, sí, señor, haré todo lo que pidas. Haré todo lo que pidas por mis hijos y por mi familia. Ánima de mi madre, ánima de mi abuela. Veo las cosas pasar y el pueblo vivir y los cerdos mueren a manos de gente que los sabe matar. Hago chorizos, sí, largos, el olor me gusta. Cuánto contenedor ahí adentro con tanta babosada que traen. Tanta marihuana que he encontrado en sus bolsas, sí, tanta. Sí, lo quiero, me digo, me repito. Es bonito repetirse las cosas como le hacían a uno repetirlas. Yo me iba ya para Estados Unidos y me había comprado los zapatos, sí, fuertes, tenis porque yo estaba lista para cruzar. Me iba para la ciudad primero porque ya había conseguido una amiga con la que quedarme y salir al siguiente día. Sí, llegaría y conseguiría trabajo y un negro que me quisiera y caminaríamos cerca del Empire State e iríamos a Disneylandia con todos mis hijos y serían hijos bonitos y café con leche, entre morenos y mulatos. Sí. Tan bonitos los niños que son así, mezcla. Yo me iba y ya estaba lista. Me gusta revolver los frijoles en esta gran olla y me gusta ver el humo salir, sale el humo con olor a quemado. Cuesta que aguaden los frijoles y le echo un buen trozo de lomo. Los chiqueros de cuando era niña y el dolor de cabeza cuando venía el chinto. Bonito era el pueblo cuando hacía menos calor. Pero uno no vivía bien, uno vivía mal. Ya ni pisto había en los delantales de mi mamá y yo le pedía, pero cabal una se consigue marido o una se queda aquí haciendo nada y vendiendo manteca. Yo me quería ir. Yo estaba lista para irme. Los veo y veo a estos bichitos y lo único que hacen es estudiar. Yo no estudié mucho me daba pereza y no era buena memorizando. Tantas cosas que uno puede aprender y que no ha aprendido. Yo aprendería inglés y lo pronunciara bien. No sería de esas que se va y se queda a vivir con el montón de latinos y sigue comiendo pupusas allá arriba. Es bonito allá. Me decían que era bonito. Que me conseguían trabajo y marido, ves, allá no se vende manteca. Sí, qué bonito sería. Yo estaba lista y tenía los tenis listos y los centros comerciales y las computadoras y los bares y los outlets y las faldas y los vestidos y yo usara pantalones. Ella nunca me dejó que usara pantalones. Decía que los pantalones eran para las putas. Las putas, sí, qué putas. Sí, las putas usaban pantalones apretados y enseñaban las nalgas. Yo le hago la trenza y la jalo el pelo y es tan largo y tan fello puro pelo de tusa. Ay la Tusita tan linda en la película que tiene hambre y tiene frío y después tiene sed y después ya no tiene y después le pide que le enseñe la pistola y Pedro Infante tan guapo. Un hombre así quiero, sí, con pistola y un gran cinturón de cuero que diga EL SALVADOR o que diga ESTADOS UNIDOS porque yo allá voy a vivir. Tan chivo que va a ser y yo estaba lista para cruzar las fronteras. Que primero se va a Guatemala y después se cruza México. La visa uno ni la pide porque no se la dan. Uno se pasa por ríos pero es bien fácil. Cuando yo me iba todavía era bien chiche. Hoy no es nada chiche. Sí. Mejor me hubiera ido entonces. Si no me hubiera detenido. Sí es que fui tonta porque cuando lo vi que estaba parqueando el carro enfrente del pupilaje yo ya sabía que yo no tenía que salir. Cuando tocó la puerta yo ya sabía que no tenía que abrir la puerta y verlo. Yo ya sabía que no tenía que hablar con él y no tenía que dejar que me besara. Pero es que le oí la voz y la voz siempre me gustaba, sí. Era bonita la voz y con la voz me repetía un montón de cosas. Que yo voy a trabajar, me dijo, que yo voy a hacer pisto, me dijo, que vamos a tener hijos, me dijo, que los vamos a criar, me dijo, que te voy a llevar de viaje, me dijo a Europa y a Aruba y a Japón y a Brasil, me dijo, que conmigo te van a dar visa, me dijo, que vas a ver que me vas a cocinar, me dijo y yo cociendo frijoles y haciendo fritada. Yo es que era tonta y era débil y cuando me dijo y me tocó la mano yo pensaba que no pero al final en la boca solo me salió que sí. Le dije que sí y me llevó a un motel ahí cerca y me encerró y me empezó a decir un montón de cosas y yo solo le decía que sí. Que sí a los hijos y a los viajes y a Japón y a Brasil y a las fincas y sí que iba a hacer pisto y sí que me iba a ir a vivir con él y sí que iba a usar faldas y que sí iba a criarle bichitos y sí que iba a cocerle frijoles y que sí a comprar tamales y sí a dormir en camas separadas y sí a poner cruz en los jardines y sí a cuidarlo enfermo y bolo y a enterrarlo cuando se muriera y que sí a comprarle flores todos los años y que sí a hacerle novenario y que sí a comer sus naranjas y que sí a llevarlo al hospital y que sí a llorarlo y que sí a llorarle y que sí a aguantarle a sus mujeres y a la Elva Luz y que sí a la Nena y a la vecina y que sí a barrerle, trapearle la casa y que sí a despertarlo cuando se quedara dormido y que sí a lavarle el baño y que sí a hacerle caso y llevarle agua y que sí a defenderlo de sus hijos culeros y que sí a lavar las colchas y a colgar las cortinas y a sembrar las plantas y a regar las plantas y a cuidar el pisto y a esconder las pistolas y a comprarle Viagra y a comprarle vodka y a arrastrarlo y a aventarlo a la cama y que sí a darle un beso en la mejilla y que sí a hacerle chocobananos y a freírle frijoles y a cocinarle carne de res para que solo la masticara e hiciera bola y la pusiera de nuevo en el plato y que sí a comprarme pocas cosas y que sí a irnos solos de viaje con los niños y que sí a cambiar los muebles y que sí a dar buenos recuerdos en su vela en su funeral en su aniversario y que sí a cubrir los espejos con una sábana cuando lloviera y que sí a rezarle a los santos por él y que sí a conseguirle menciones en la misa y que sí a parirle hijos y que sí a nunca tener chucho ni gato y que sí, que me iba a quedar, que sí, que sí, que me voy a quedar y le dije sí, le dije que sí, sí. le dije. Sí.

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