El profesor estaba hablando y los pasos suaves del escritor no lo molestaron ni un poquito.
El escritor era conocido por sus pasos de algodón de azúcar.
Yo le toqué el hombro para decirle hola pero el escritor no volvió la cabeza.
El profesor seguía explicando alguna cosa de los ángulos y el escritor sacó una libreta. Me sorprendió ver al escritor en una clase de números, porque los números no son letras.
-Hey, qué ondas.
Seguía dándole al hombro con mi dedo índice y el profesor seguía hablando y el escritor seguía sin volver la cara.
Yo me comencé a preocupar porque podía ser que todo esto no estaba pensando y el escritor, su cuerpo duro y presente, era solo imaginación mía.
-Hey, escritor, mirá, qué te has hecho.
Lo dije en murmullo para que el profesor no nos callara. Pero el escritor seguía dándome la espalda. Las personas a mi alrededor hicieron sshhh porque ya querían que dejara de intentar hacerme amigo del escritor.
-Mirá, cuándo vamos a tomar unas Pilsener, que aquella vez quedamos pendientes.
El escritor dejó de escribir. Creo que reconoció mi voz. Se volvió, y sus ojeras me vieron directamente. Me tiró el lapicero con el que escribía a la cara, me golpeó directamente en el párpado derecho, con un dolor fuerte y agudo.
Les digo, en serio: no hay nada que duela más que el golpe del lapicero de un escritor enfurecido.
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