jueves, 9 de junio de 2011

Cafetería de Universidad

Ves, ahí está un bicho escribiendo en una libreta. A saber qué escribe. Lleva ratos así, con el pelo en la frente, con los lentes en la nariz y la mano que se mueve: de la punta del cuaderno a la otra punta del cuaderno. Lo escribe tan serio, todo, como si fuera una disertación. Alguna idea brillante. A los escritores les da por hacerse los serios, los que están inventando cosas. ¡Ay, va! Ya se levantó. Creo que sabe que estamos hablando de él. Mirá, va para la tienda. Se va a comprar un chocolate. Tiene cuerpo de escritor, el bicho. El cuerpo se le ve cargado, como con peso en la espalda y una media joroba. Camina como si caminara sobre un teclado o como si un lapicero le ha trazado los pasos. Si hablás con él seguro discutiría sobre su blog o sobre la novela que no ha terminado. Lo haría mientras se sujeta los lentes o se abotona la camisa o se acomoda el zipper.

-Gracias, oye.

¿Lo oíste? Su voz es insignificante, como de ratón. Todos los escritores tienen voces de ratón. ¿Sabés por qué es? Porque ellos hablan con letras, ves, ellos no son como nosotros. Al menos eso les gusta creer. Por eso es que las voces se les van acabando, marchitando, pudriendo. Se acostumbraron tanto a escribir que se les olvida hablar. Mirá, va caminando para la calle. Seguramente va pensando alguna gran idea, él, algún capítulo genial. Te aseguro que de aquí a un par de horas no va a decir palabra. No le gusta hablar. "Gracias, oye" va a ser lo último que diga, hasta que vuelva a entrar a una tienda o tenga que pedirle a su mamá que le lave las camisetas. Todo lo demás lo va a decir escribiendo, él, porque es escritor. Mañana espero que esté de nuevo sentado ahí en la mesa, con la cara llena de pelo y los ojos llenos de lentes. Me gusta verlo escribir, aunque no sepa lo que está escribiendo. Y no quiero saber: a mí me parece que los escritores son escritores porque escriben, no porque alguien los lea.

¿No creés, vos?

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