Después de que los mencionan a los escritores se les pone otra cara. Como de tranquilidad o después de un orgasmo. El escritor levantó la espalda y ahora camina por los jardines de la universidad con el pelo con gomina y ahora las libretas que anda pegadas a la cadera ya tienen dentro historias con potencial de ser mencionadas (en voz alta) y entonces ya tienen más importancia.
El escritor me dijo un día tomando varias cervezas que estaba bien feliz. Que nunca había sonreído tanto y que le gustó oír su nombre mencionado en voz alta.
-Bien chivo cuando dijeron todo, el nombre y el apellido.
-Sí vea, le dije yo.
Se tomó el último trago de la Pilsener y me dijo que iba para el baño. Pasaron cinco minutos y el escritor ya no volvió y creo que andaba bien bolo y caminó hasta la casa porque fui al baño y dije su nombre en voz alta, a cada rato, para ver si lo encontraba, pero no estaba. Salí a la calle y mencioné otra vez su nombre pero tampoco apareció. Comencé a aplaudir y nada. Comencé a gritar títulos de sus cuentos pero tampoco.
El escritor había desaparecido.
A los días lo vi caminando cerca de las magnas y me evitó la mirada. Estuve a punto de mencionar su nombre pero se me olvidó el apellido. Lo vi entrar a su clase de Semiótica y yo me quedé sentado, tratando de recordarlo.
Creo que es Landaverde.
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