jueves, 23 de junio de 2011

Huir

Empaco una maleta pequeña y me voy para el aeropuerto. Agarro un taxi porque no puedo llevar mi carro. Me voy de aquí, en serio, me voy. Como la ranchera dice: "me voy para no volver". Y no me molesto en empacar demasiadas cosas, no: cuando te vas es para comenzar a recolectar cosas nuevas. Solo poca ropa, cosas de higiene y mi billetera y pasaporte. Llego al aeropuerto y compro el primer boleto disponible hacia cualquier parte. Lo compro y vuelo. Vuelo por algunas horas y llego. Ya en mi destino improvisado (inefectivo) consigo un lugar adonde quedarme. Me doy cuenta de que mi preparación ha sido poca pues dentro de poco se me va a acabar el dinero. Así que consigo un trabajo. Me lo dan rápidamente, me sorprende que no me pidan papeles. Comienzo a trabajar y consigo un apartamento bonito, lejos del trabajo pero con buen transporte. Voy haciendo una vida pacífica, tranquila, con mercados cerca y ropa de invierno abundante. Pocas veces hablo por teléfono a mi país porque cada vez que llamo han matado a alguien más. Así que me voy quedando sin gente con quién hablar. A todos los mataron por razones tontas, me informan. Finalmente, mi única fuente de información son los periódicos en internet y sí, los están matando a todos. Con pistolas, navajas. Me siento aliviado porque los únicos salvadoreños que estamos vivos somos los que huimos. Los asesinos, ven, se terminaron matando entre ellos. Me llaman de las noticias para entrevistarme. Resulta que están entrevistando a todos los salvadoreños que sobrevivieron. Es el primer caso de la auto-extinción de la población de un país. Deciden rentar el espacio que una vez ocupó el país para pruebas nucleares y destruyen todo lo que quedó. En el mapa, El Salvador pierde su nombre, y recibe la genérica pero apropiada descripción de Territorio No Identificado con Ninguna Nación. Alrededor nadie se quiere hacer cargo de tal terreno. Es como si fuera un cementerio indio embrujado. De vez en cuando a los salvadoreños nos da por sobrevolar nuestro país en vuelos especiales que han creado agencias turísticas para aquellos que queremos ver lo que fue El Salvador desde una distancia segura.

Fuera de las balas y las muertes, nos dice una bella azafata mientras nos sirve nuestros bocadillos calientes. Veo a través de la ventana y logro identificar el volcán, el lago de Ilopango, alguna que otra montaña seca. Huir, pienso, huir. Qué verbo más bello.

1 comentario:

  1. ¿Bello? Quizá. Para mí suena más sublime que bello. Prefiero la estética de lo sublime a la de lo bello. Pues llegó mi hora de huir. El Salvador agota. Al fin conoceré los viñedos del Cabo y sus famosas 'cellar door sessions', y conste que hablo de las espiritosas, porque las de Miles Davis ya las conozco. Pues antes de irme quiero pedirle que también lea en francés a Pierre Michon. Ojalá le guste. Mi puta insistencia en que escriba una novela se asfixia en el deseo de platicar con usted (algún día) para escuhar lo que sintió al hacerlo: si fue como sacar agua de las piedras, si se convirtió en médium durante el proceso, o qué. Además, sería aburrido que todo su talento se empoce en esta 'tanatada' sublime de letras. Un abrazo.

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