miércoles, 1 de junio de 2011

Perezoso

Desaparece la tarde con luz perezosa, abrigada en sábanas nocturnas y con el río del viento fluyendo hacia la ventana, nada tórrido, más bien plácido, como si todos duermen. Desde aquí nada se mueve y el sonido es lo único que ocurre, esos sonidos que vienen del suelo, se elevan y desaparecen en segundos, sin llegar hasta arriba, solo volviendo a caer, no como piedras, sino como hojas. Tenés que acercar tus oídos muy cerca, muy cerca, para poder escuchar algo. El arrastrar de la pequeña rama en la acera, o los pasos suaves de los niños que juegan en la grama. Estás tan lejos del suelo, tan lejos, la tierra se te hace extraña, el olor a mojado no llega a tu nariz. La ciudad entera es una maqueta y la ponés en un museo, con aire acondicionado y con una caja de vidrio alrededor, protegida de cualquier desastre, solo de repente interrumpida por el halo de respiración de algún visitante curioso que rápidamente es limpiado por un trabajador diligente. Te gustaría resguardar así para siempre pero tu ciudad es San Salvador y sabés que solo verla desde cierta distancia te motiva protegerla. Si estás dentro querés destruirla, botar edificios y sacudir árboles, que la oscuridad la haga negra, color del que vos estás convencido es el aire que respira. Ojalá el viento se hiciera fuerte, de repente fuerte, y nos arrastrara a todos, que felices y livianos, sonreiríamos arrugando nuestra piel hasta estrellarnos con algún volcán o algún cafetal del altiplano guatemalteco.

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