Estatua, estatua, ¿estás oyendo? Cuánto coro, cuánta canción. Aquí en este jardín fue el lugar en el que fumé por primera vez. Aquí alguna vez vomité tequila. Aquí han llovido ranas y el jardinero ha mostrado su panza desnuda cuando el calor azota. Aquí se ha sentado ella a platicar del pueblo y a añorar sus jardines centrales con el árbol de limón y naranjas...pero...pero...pero
¡Cuánto coro, cuánta canción! Desde aquí se oyen a los niños ensayando la canción de ABBA, qué bonita es, yo me la puedo en español: Chiquitita dime por qué...Yo me agacho y veo el árbol grande, el árbol grande de aguacate: decepcionante, aguacate. No más aguacates desde hace tanto tiempo. ¡Sos tan aguacate! En mis sueños este jardín está construido con las historias de mi familia y en él nos sentamos todos (¡niños, adultos, infames!) como cerdos hambrientos a hartarnos las plantas y devoramos como jabalíes la tierra o los gusanos y nos damos abrazos y nos emborrachamos con la música y los restos de los puros que tiraron desde la casa de los vecinos (¡ay! ¡cuánta tragedia, cuánta homosexualidad!) y por fin nos dormimos panzas arriba, con dolor en el duodeno, con la diarrea inminente, con el flujo, de repente,
tan rápido,
tan música,
tan cítrico,
tan de nuestro apellido y solo de nuestro apellido.
Pero en el fondo, todo: en el fondo: el coro. ¡Cuánto coro, cuánta canción! Toda tragedia siempre suena mejor con música. Toda música siempre suena mejor con tragedia.
¡He dicho!
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