domingo, 5 de junio de 2011

Juanes

Llueve cerca del castillo de Praga y vos y tus ojos grises me hacen compañía. Las puntas de las torres están lejos y cubiertas por la niebla y nos estamos cansando de esperar a que pase el agua. Nos comemos algo, alguna galleta, alguna plática o alguna conversación, alguna palabra y vemos a los turistas pasar delante de nosotros con sombrillas (vos les decís paraguas) hacia el castillo y no se de qué hablamos, me cuesta recordar las palabras, pero estamos lejos, andamos solos, no nos soportamos, estamos teniendo problemas y de repente un mes enfrente en el que vamos a andar juntos, todo el tiempo juntos, con tus dedos que huelen a nalgas, tus pantalones cortos que me ponen los nervios de punta, con mi pelo horrible con restos de gel, con las manchas debajo de mis ojos que vos decís que me hacen ver feo, con mis pantalones orinados, con la cerveza barata, con los robos de postales.

Hay momentos y lugares que se quedan ahí, como ladrillos o cemento, pero no recordás por qué son importantes. Pero vos y yo estuvimos esperando a que pasara la lluvia en una banca en una cueva cerca del castillo de Praga y en la noche nos dormimos en un cuarto compartido y dormimos tan lejos, aliviados que ahí no llovía, aliviados porque no teníamos que fingir que no tener de que hablar era algo incómodo, algo inusual, algo que nos cubría el cuerpo de grasa de salchichas o de espuma de cerveza o de tinta de tatuajes. Fin, o continuación, o hasta que la mañana nos despierte con el hálito de la madrugada.

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