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viernes, 17 de junio de 2011
Desnudo al piano/
Me escribiste una canción y me la cantaste desnudo al piano. Encontré en tus manos rastros de pentagrama y en tu boca palabras de poemas. Eras, o intentabas serlo, el músico de masas. Yo estaba tirado cerca de las patas del piano, viendo desde abajo tu escroto arrugado contra la tela de cuero falso de la banca. Me daba risa. Vos seguías cantando y las patas temblaban cuando tocabas las teclas más graves. Yo seguía el ritmo y para la segunda vez que repetiste el coro yo ya la cantaba con vos. Te gustaba oír mi voz fea. Me decías que era hermosa. Lo decías, realmente: tu voz es hermosa. Tu personalidad, afectada de artista, te permitía decir ese tipo de cosas sin parecer ridículo. Terminaste de tocar y te tiraste al suelo, a besarme. Seguimos cantando la canción con los labios pegados y mordiéndonos los cachetes. La canción es bonita y ahora la tengo guardada como un .mp3 en mi computadora. Cada vez que quiero acordarme de ese momento la pongo y por cinco minutos estamos de nuevo besándonos. Es tan ridículo. Es tan de jóvenes bohemios buscando la vida en el arte. Pero no la encontramos. Es difícil encontrarla. Me contaron que trabajás en una agencia de publicidad diseñando y tu último anuncio fue para McCormick. Ahora cada vez que veo un MUPI de mayonesa me acuerdo de vos y siento que te beso. Sabor a mayonesa. Sonido de canción con coro que puedo cantar con mi voz fea. Te recuerdo y me tiro al suelo y me agarro de las patas de la mesa de mi comedor y trato de hacerlas vibrar. Me quedo largo rato, pensando. El suelo está frío.
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