jueves, 28 de abril de 2011

Oh Ms. Memory

Pretendo formarte con la memoria gastada que tengo de vos. Contar una historia de cómo caminamos un día por una calle con un nombre del que no me acuerdo en una ciudad en la que no estoy seguro si estuvimos juntos. Describir tu cara con lo poco que recuerdo de ella, sin nublarla con defectos o las espinillas y las arrugas que dejan una buena pelea. En los sonidos de mi mente puedo configurar de alguna forma una voz parecida a la tuya pero al final es un eco, solo un eco; al final nada suena, solo imagino un tono que mis oídos no pueden registrar. Pretendo escribir sobre tu vida aunque ya no tengo idea de cómo la vivís; pretendo describir a tus amigos aunque ya no los reconozca y si me pasan por la calle probablemente ellos tampoco a mí. He cambiado, has cambiado; de poco serviría un ejercicio de recuerdo a estas alturas. Pero somos tercos, siempre hemos sido tercos, al menos así es como te recuerdo. Una vez más o una vez menos, con menos intensidad o con más. Una cerveza extra para el mediodía, en el almuerzo, o una sonrisa, o un beso con la lengua o una mordida en el labio inferior. Pretendo recordar todos esos momentos y hacerlos brillar por un segundo con la luz de mi memoria y con ellos construir fuegos artificiales opacos y finitos, que se lanzan durante el día: casi imperceptibles entre la luz y el azul, pero con una presencia clara aunque momentánea, ruidosa si bien efímera.

lunes, 25 de abril de 2011

Cambiar el banner a cada rato

Ahogo; el pecho. Se te infla y desinfla, como el de un sapo. Te sale de la boca leche blanca, apestosa, días atrapada en tu estómago. Se te escriben las novelas en papel higiénico y lo botás en pequeños recipientes al lado del inodoro que comienzan a acumular olor y bacterias. Te surgen los dientes de leche y te los pegás con cinta aislante a la boca, a las encías. El escorbuto te sugiere naranjas y limones, pero los campos hace tiempo están secos. En la piscina el cloro se confunde con caspa y la Coca-Cola de la mañana la eructás debajo del agua. Hay cosas y pueblos y ciudades que todavía no conocés, y se te abren los ojos imaginando. Tus ojos, que cristalizados y asmáticos lloran lagrimitas como la punta de un pene llora lubricante al estar excitado. Vamos, abrazame, que de eso se trata la vida. De un pecho junto a otro respirando con dificultad, de los senos y tu frente llenos de cavernosas mucosas con olor a infección. ¿Qué es esa mancha azul que tenés en el brazo?

sábado, 23 de abril de 2011

De pequeño, mi abuelita me gritaba si saltaba en Viernes Santo.

Ayer, tuve sexo. Con un hombre. Dos veces.
¿Qué diría mi abuelita?

A las puertas del fin del mundo

Tengo miedo al fin del mundo, a las tormentas y al apocalipsis, a los rayos en el cielo y a las voces estruendosas que hacen el llamado a los justos a subir al cielo y nos condenan a los pecadores a bajar al infierno. El infierno es fácil de imaginar: como si la lava de nuestros volcanes nos abrazaran. El cielo es improbable: he estado entre las nubes y he visto que no es posible pararse sobre ellas. El infierno es real. El cielo es falso.
Tengo miedo al fin del mundo: recuerdo cuando era pequeño ver Terminator 2 y llorar con la escena en la que una explosión de fuego convierte a una mujer en una calavera en dos segundos, luego de haber visto jugar a unos niños en un parque.
Tengo miedo al fin del mundo: recuerdo pensar que el eclipse total del '94 era eso, cuando todo se puso oscuro durante el día y veíamos la televisión en los pasillos de la casa. Yo sentado en las piernas de mi mamá gritando. Todo se estaba acabando. Nos íbamos al infierno.
Tengo miedo al fin del mundo: al rapto y al cielo. De ahí va a venir, porque dios vive en el cielo. Nos va a atacar, porque hemos pecado.

Soy un dios Vengativo

Tengo miedo al fin del mundo:
al fuego
a la vida que se acaba
al después
al clima
y por qué no,
a dios.

Tengo miedo al fin del mundo: y de esta tontería tiene culpa la iglesia católica y todas las iglesias y la gente que me enseñó sobre religión. El fin del mundo no existe, y tampoco existen el cielo ni el infierno. Somos inicio y fin, nada más. Pero de este miedo irracional, de este miedo que se cuela en mis sueños y de este miedo que estoy seguro va a estar presente segundos antes de morirme, de este miedo tiene culpa la religión.

Me llenó de supersticiones. De sandeces que se perfectamente son falsas pero que me es imposible despegarme de ellas. Fui una esponja y lo absorbí todo. Está dentro de mí. Lo tengo a la par y lo tengo en mis manos. En lo que escribo y en lo que vivo.

Religión, me dejaste con miedo. Y supongo que eso es lo único bueno que hacés, para lo único que sos realmente hábil.

Tengo miedo al fin del mundo. Sos un dios vengativo.


Sudamérica


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(que, leído, podría sonar también como "aviones" en inglés)

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lunes, 18 de abril de 2011

Lunes Santo

Olvidá todo lo que te dije: debés entender que esto es algo secreto. Nosotros, los padres, tenemos unos cuartos especiales allá arriba, con mesas de fussball, con televisores pantalla gigantes y alcohol. Te invitaríamos, pero sos muy feo para nosotros. Estás muy gordo. Ustedes, generación pervertida, no saben nada de lo que pasa allá arriba. No los dejamos entrar porque todo es secreto. Si nos tenés miedo es que estamos haciendo nuestro trabajo bien. Recordá: la masturbación te va a hacer infertil y va a reducir el tamaño de tu pene. Si tenés sexo con alguna mujer te vas a quedar trabado en su vagina y no vas a poder sacarlo. Así le pasó a una pareja en el parque Cuscatlán y salieron en las noticias. Recordá: cuando salís del colegio estás representándonos a nosotros y no nos podés dejar mal. Tenés que ser bueno. Demasiado bueno. Pero hacé ejercicio, por favor, estás muy gordo para nosotros. Te invitaríamos a ver nuestros cuartos, con los televisores, las mesas de fussball y las camas, pero no nos gustás. Parate en la primera fila. Cuando querrás hablar con nosotros, hacelo con respeto. No nos mirés a los ojos. Confesame varias veces que te has masturbado. Yo te voy a pegar en la mano y van a ser como sacudidas. Tu cuerpo es tu templo. ¡Hincate! ¡Hincante y levantá tus manos! Imaginate que te acercás a Jesús y le pedís perdón por todos tus pecados. Levantá tus manos. ¿Te duele, verdad? Pues eso no es nada en comparación con el dolor que Jesús pasó por vos. Horas y horas en la cruz. ¿Ya vas a comenzar a llorar? ¿Ya estás llorando? ¿Vas a encontrar en el corazón el espacio para llorar, sufrir, un poco, solo un poco por Jesús?

Ojalá fueras guapo, ojalá estuvieras delgadito. Te llevaríamos a conocer nuestros cuartos grandes y bien decorados. Te dejaríamos probar el vino, el vino, qué rico. Pero no, sos feo.

Vos deberías ser sacerdote.

Sueños en grada, escaleras, mundos aparte

Sueño 1
Estoy en el gimnasio, no se que estoy haciendo. Creo que estoy terminando o a punto de terminar y es hora de salir. Lo chistoso es que este gimnasio se parece mucho a otro gimnasio en otro sueño que tuve, unas semanas atrás. Me visto para irme y en los vestidores está una amiga. Ahí veo que el vestidor del gimnasio es más o menos una fábrica de pan y mi amiga lleva una bolsa y yo también. De repente, veo que ella se distrae y deja su celular en una silla. Yo no tengo celular, digo. Lo voy a agarrar y me lo voy a robar. El celular es un celular bien gordo que parece Blackberry pero no es y tiene pantalla a colores y cuerpo rosado. Se lo agarro y lo meto en mi bolsa de pan -que también tiene mi toalla sucia de gimnasio- y me voy corriendo. Ni me despido de ella. Camino hacia mi casa y llego. En el camino, el teléfono comenzó a sonar pero yo lo apagué antes de que alguien notara que el teléfono lo tenía yo. Hay un especie de funeral pero rápidamente me doy cuenta de que no es eso: mi mamá y mi abuelita están en una sesión espiritista y las dos se retuercen en lo que parecen ser ataúdes sin paredes. Al ver al espiritista -o psíquico, o estafador- retorcerse también y hablando en lenguas y prediciendo el futuro, yo salgo corriendo. Una señora me ve a la cara y me dice:

-No corra con tanto miedo, que las chimas salen más si uno tiene miedo.

Salgo corriendo por la sala de mi casa de pueblo y ahí, detrás de un sofá, se levanta un fantasma horrible, blanco y espeluznante, que me grita y me saca de este sueño. Es una chima. No se por qué le dicen así, pero así se llaman.

Me despierto y estoy en mi cama. Pero creo que estoy enfermo porque una amiga está a la par mía cuidando a su bebé. La bebé tiembla de miedo por el grito que yo acabo de gritar al despertarme. Le cuento a mi amiga el sueño que tuve y ella me dice que es hora de irme. Me voy y entro a una discoteca, a un bar gay. Pero entro y todo lo que veo es un baño. Estoy volando y veo desde arriba a un amigo que se acaba de cagar en las paredes del baño. Eso me pasó una vez a mí, recuerdo, cuando estaba chiquito; tuve diarrea explosiva y el pupú llegó hasta las paredes y el techo del baño de mi colegio. Le ayudo a mi amigo a limpiarse y yo le tengo que decir a alguien lo que ha pasado pero al final él le echa la culpa a una mujer asiática que también va saliendo del baño, quien lo putea con palabras en su idioma -que es un idioma inventado pues yo no se ningún idioma asiático-. Otro amigo (que vive en Guatemala), nos ve con vergüenza y no nos saluda. Yo me quiero lavar las manos y finalmente alguien me da jabones, chiquitos y bonitos, para lavarme las manos. Son como piedras. El agua es fría. Siento olor a pupú.

Sueño 2
Voy a Canal 12 y queda cerca del edificio YSU en la Avenida Manuel Enrique Araujo. Es el mismo edificio del canal 12, 4 y 18. Para entrar es un gran pasillo. Caminamos por la calle como si fuera una ciudad de verdad. No se qué quiero grabar y en la entrada está un vigilante con pasamontañas. No le decimos qué queremos porque no nos pregunta y antes de poder hacerlo me despierto. Me siento tan confundido por estos sueños que decido comenzar a escribirlos.

Esta descripción de los sueños la bosquejé luego de despertarme a las 4:00 a.m. Me di cuenta en ese momento de que era necesario registrarlos. También tuve otras imágenes en la noche que no puedo asignar a historias completas, pero que sí se me han quedado grabadas: caminar por Antigua Guatemala y Antigua Guatemala parece una ciudad gótica o medieval como Praga o Budapest; estar en un restaurante del centro y recibir a un montón de amigos y verlos a todos más gordos; recibir la llamada de una amiga que salgamos para Guate a un concierto (de no me acuerdo quién) y que vaya a mi casa a buscar mis cosas. No las encuentro. Por alguna razón quiero ir en short a Guatemala. Pero ella me dice que no, que busque pantalón. Yo no encuentro pantalón. No encuentro ni mis llaves.

sábado, 16 de abril de 2011

Mesas de piscina

Si una cosa odio, son las mesas en piscinas. ¿A quién se le ocurrió? ¿Ese pedazo de concreto en el agua, con sillitas alrededor? ¿Cómo se sienta uno en el agua? ¿Y uno no flota pues? No entiendo. De verdad que no entiendo. Vean las mesas en piscinas: ¿Tienen algún sentido? No, no lo tienen. Declaro las mesas en piscina la cosa más ridícula del mundo: más ridícula que las ventanas hacia paredes, más ridículas que las motos con sidecar, más ridículas que los pasteles de quince años o las bodas en salones gigantes.

Sí, las mesas en piscina son más ridículas que todo eso. Representan al demonio y el demonio tiene sillas alrededor en las que no te podés sentar. El demonio es una mesa de concreto que sabe a cloro y en la que ponés asquerosos vasos de plástico.

Mesas en piscina. Que cosa más ridícula.

Cuando veo el álbum de tus fotos en Facebook toda la música que oigo cobra sentido

Suena a música tu baile
o a una sonrisa
o a un brazo grande, tatuado
suenan a músicas tus pies
a una canción de la que todavía no me puedo la letra
que solo es un bajo
o un archivo
Eme Pe Tres
Suena a música

viernes, 15 de abril de 2011

Vos sos profesor y coreógrafo

Vos sos profesor y coreógrafo, y te gusta ponernos a bailar el folclor y la marimba y la música de la Sopa de Caracol. Vos nos castigás y hacés que levantemos las manos por media hora y sinceramente a mí me cansa. Vos usás lentes y sos bien delgado y decís que sos mi tío pero en realidad yo no te creo. Vos me hacés escaparme del colegio una vez que nos amenazás con castigarnos y yo me quedo llorando en la esquina frente a la casa: yo no soy muy bueno escapándome. Vos sos profesor y coreógrafo y me enseñaste las sumas y multiplicaciones y me mandabas a repetir la palabra tal vez mil veces porque tal vez se escribe "con uve, zeta y separado". Vos también nos enseñabas a tocar el tambor en la banda de guerra y me seguías insistiendo que eras mi tío pero yo entre más lo decías menos te creía. Vos sos profesor y coreógrafo y pasás casi todo el día con nosotros y estás con nosotros por cinco años y al final nos encariñamos y a veces siento que te quiero más que a cualquier hombre en mi vida. Te tengo un montón de miedo, y quizás por eso te quiero.

Vos nos ves caminar y nos obligás a llevar pañuelo y a sentarnos recto y nos revisás las manos (a ver si nos hemos cortado las uñas) y nos revisás los pies (a ver si no tenemos hongos) y si tenemos mandás una nota para la familia que nos compren alguna medicina o que nos hagan secarnos entre los dedos. Vos sos profesor, coreógrafo, jefe de salud, matemático, lector y escritor, vos nos obligás a leer libros que no logramos entender (Pepita Jiménez, La Vida es Bella) y por vos comienzo a pensar que puedo escribir.

Vos me ponés diez a cada rato en mis papeletas y yo te sonrío y entre más me decís que sos mi tío menos te creo pero lo que sí te creo es que sos profesor, sos coreógrafo, te llamás Ovidio, usás lentes, sos flaco y podés bailar y tocar el tambor, y escribo todo esto en presente porque a veces todavía me enoja que en realidad debería escribirte en pasado porque vos estás muerto. Te mataron.

Pero no. Vos no estás muerto. Vos sos profesor y coreógrafo. A vos te escribo en presente.

Vos sos secuestrador en pick-up

Tu banda tiene nombre de animal pero no recuerdo exactamente cuál. Vos sos secuestrador en pick-up y nos sobrepasás a nosotros, que vamos para San Salvador. Vos y tu cara morena quemada por el sol y los días que pasás afuera de los cañales en los que tenés la casa escondida en la que secuestrás a los que secuestrás y alimentás con frijoles y pipianes hervidos. Las tortillas las dejás para la mañana, vos sos secuestrador en Opico. Vamos aquí, por el Sitio del Niño, el cantón al final de la carretera antes de llegar al Desvío de Santa Ana. Ahí pasamos por la Galería Sermeño, una casa con un rótulo de azulejos en el portón y en cada azulejo tiene dibujados pajaritos y los azulejos son como un mosaico pero yo en ese momento no se ni qué es un mosaico ni qué es un azulejo. Vos, secuestrador en pick-up, me ves directamente a los ojos, yo que voy distraído detrás del vidrio polarizado del pick-up, pero del pick-up de nosotros, no del tuyo, porque nosotros no somos secuestradores.

Mi mamá se persigna.

-Ay no, ahí van los secuestradores, ya nos controlaron.

Y a mí se me hunde el pecho y oculto mi cara y me imagino comiendo pipianes hervidos y frijoles por días sin tortillas en medio de un cañal y entonces espero que algún día vos, secuestrador en pick-up, dejés de controlarnos y seguirnos. Tu banda tiene nombre de algún animal pero no recuerdo exactamente cuál. Vos, secuestrador en pick-up, sos animal. Animal furioso, que cubre la cama entera del pick-up, que tiene la mirada de un león o las patas de un elefante, picos de rinoceronte, electricidad de anguila.

Y yo, yo soy un animal tan chiquito.

Vos sos costurera en figurín

Vos sos costurera en figurín, así, sentada frente a la máquina de coser y con las piernas abiertas dándole al pedal. Te visitamos en tu casa casi en la salida del pueblo, allá donde la calle de asfalto se convierte en tierra, frente al gimnasio y cerca de la casa de aquella niña que vamos a recoger en el microbús y se va todo el tiempo sentada con su bolsón en la espalda. Jamás habla con nadie, la niña, pecosa y chiquita. Tiene la mirada triste, como de huérfana, a pesar de que se que sus papás están vivos y le dan besos de buenas noches todos los días. Vos, vos solo tenés mamá, y para más joder, es diabética. La diabetes es un monstruo, te come y le sabés dulce, como a caña de azúcar. Vos te sentás y platicás con nosotros en tu voz chillona y nos explicás todo lo que estás haciendo, lo ocupada que estás, mi mamá está sentada en el sillón y te pide por favor que terminés los uniformes antes de que comiencen las clases. No he crecido tanto esas vacaciones, así que no me tienen que hacer pantalones nuevos. Lo que sí ha crecido es mi pecho -aguado púber- y mi estómago -flácido de marquesotes- y entonces tienen que hacerme nuevas camisetas.

-Miren, este niño bien seco estaba, como enfermo, pero el Doctor Valladares me le dio hierro y ya está mejor.

Vos respondés con una sonrisa, como siempre, y le decís que sí, que van a estar listos para enero. Yo estoy distraído con los figurines y los reviso y paso las hojas y las mujeres son tan bonitas, elegantes, con vestidos con detalles así y asá y papelitos con notas encima: para la Doña Alicia, para la Niña Mila, para la Niña Nena del Alto, para la Carmen del Colocho. Todos tienen que hacerlos como diez tallas más grandes porque las señoras de los pueblos son gordas, chichudas y con dos panzas.

-Mire, que deje de ver figurines el niño, que se le va a hacer maricón.
-Ay déjelo, que le distraen.

Vos recibís la bolsa con las telas de las manos de mi mamá y mi mamá me agarra la mano y me saca de ahí. Yo pienso en tu mamá enferma, dulcita, que nunca salió a saludarnos. También pienso en tus figurines. Vos, costurera de figurín, te despedís desde la puerta y caminamos hacia la casa. Tu sonrisa parece cosida con hechuras detalladas y tus dientes son como hilos gruesos y amarillos.

El vestido de mi mamá es tan bonito.

Si lo ofendo, póngase un condón en los ojos.

(Robado de la nueva canción de Lady Gaga. Sí, soy un bichito pop sin remedio. Y la nueva canción está masiva. Masiva).

Judas

Discoteca, oscuro. Te veo: las luces. Sos alto, grande. Tus brazos, manos. Veo y la cerveza. Suprema y la música. Te veo y te abrazo. Te saludo. Hola, cómo estás. Cómo consiento mis miradas en tu cara y en tu pecho. Cómo ataranto mis piernas con tus palabras. Cómo se me mueve el cuerpo con la música. Cerveza en la mano. Discoteca, oscuro. Las cosas se van moviendo conmigo y hay un bartender que me coquetea. Las manos, completas, las manos completas se mueven hacia los lados. Hace tanto calor. La M de McDonald's. La gente que me conoce. La música suena a burbujas. Cuántas cosas han cambiado desde que me conocen. Tan lejos de lo que estaba, de lo que era. Ahí, en esta ciudad. Aquí, en ese lugar. Esta es la mente de alguien pervertido que imagina pecados en público. Esta es la mente de alguien que tolera la homosexualidad y la promueve. Esta es la mente de alguien que imagina falos y orificios gigantes, tan grandes como para un puño, tan grandes como tu cabeza entera. Huele tan rico ahí adentro. Huele a próstata y a semen viejo, reseco. Salir y bailar. Salir y bailar en cavernas cavernosas. Discoteca, oscuro. Alguien, por favor, baile conmigo.

Vos sos cachiporrista en las piedras

Vos, con tu falda corta cuadriculada que hace giros inesperados cuando tus piernas los solicitan; las bolas de tela en tus botas que se mueven y tiemblan como temblabas vos antes de tu primer beso. Maleada, lunar en la boca, labios gruesos y cara de sexo a los 12 años. Te veo desde adelante del desfile, yo en mi traje de José Matías Delgado, a pesar de que no soy ni calvo ni blanco y tengo 10. La banda de guerra (todavía no de paz) hace rebotar el sonido de los tambores y los bombos y los platillos en las paredes de las casas viejas del Barrio El Refugio y nos acercamos a la esquina de mi casa. Camino orgulloso, prócer, independentista, marica. Me gusta volverte a ver y sonreírte y pretender que me gustás. Lo hago porque ya me preguntaron quién me gusta de la clase y les dije que vos. Vos, con tu falda corta cuadriculada que deja ver tus piernas gordas que seguramente van a crecer tanto en tu primer parto, que seguro te van a convertir en una vieja caderuda mamá de cinco. Vos, con tu camiseta pegada con detalles dorados que deja ver un par de púberes senos, pequeños y suaves (imagino), solicitados y ya explorados (confirmo). Vos, con tu mirada que me devolvés mientras movés la batuta hacia arriba de tu cabeza y con el ritmo de la trompeta la llevás de izquierda a derecha, como tus ojos, como tus caderas. Camino recto hacia el mercado, y en las piedras hay piedras más pequeñas y en esas piedras encuentro tierra y me gusta empujarla con los pies. Los zapatos negros que me lustró mi mamá en la mañana se manchan un poco de las puntas y mi sotana -sotana de cura que llevo puesta- se arrastra y la levanto y me río de llevar pantalones debajo. De repente veo el pupú de una vaca y tengo que desviar el paso, y las piedras noto, tienen colores: yo las veo azules, pero son de todos los tonos de gris, degradándose y fundiéndose con el suelo debajo. Pasamos a una calle de adoquines. Los adoquines son tan aburridos. La banda de guerra, entonces, golpea con fuerza todas sus percusiones y me hace levantar la vista. Sí, me acuerdo, tengo que volver a verte. Vuelvo mi cabeza y ahí seguís vos, vos con tu falda cuadriculada pequeña y tus futuras piernas gordas de señora sudorosa. Te sonrío. Me sonreís. Pero a los segundos vuelvo a ver al suelo: las piedras son tan interesantes.

Suburban War

Subámonos en nuestras bicicletas: vámonos a la piscina y mojémonos el pelo. Así se llenan nuestras toallas de agua y se sumergen en botellas de aceite. Así se elevan casas y se elevan iglesias. Vámonos, por las calles, y veamos los buses pasar. Eso buses que van para Santa Ana o San Miguel. En ellos van esas personas, en ellos vas vos: en ellos te vas masturbando. Recuerdo con tanta claridad la vez que me masturbé en el bus de la ruta 44. No iba para Santa Ana ni para San Miguel, iba para la Colonia San Mateo. El bus vacío, quién sabe por qué. Y vos en esa edad, en esa edad en la que te gusta masturbarte. Y de repente, una erección. Y te comenzás a masturbar. Y te masturbás desde la ceiba de la Virgen de Guadalupe (ay virgen, perdón) y te masturbás pasando el hotel Siesta y te masturbás frente al Mister Donut en el que desayunabas con tu familia los huevos y los frijoles y el pan gordito, tostado, y te masturbás frente al Banco Hipotecario y te masturbás frente en la UCA en la que estudian, estudiaron tus hermanos y te masturbás frente a la Torre Democracia -porque así la conociste de niño y así las va a seguir conociendo para siempre- y te masturbás frente a las colinas de la San Francisco y acercándote al redondel de la paz y te acercás y comenzás a venirte y te venís justo antes de que el bus pare y te deje frente al centro comercial y ves a tu alrededor con tus pantalones mojados de semen. Qué cerca está mi casa. Quiero dormir. Y qué bonito sería subirme a una bicicleta y recorrer estas calles. Qué bonito pero vos solo llegás a tu casa y besás a tu mamá de beso en la boca y jamás le decís: "Mamá, me acabo de masturbar en el bus". En ese momento, comenzás a entender que la vida se forma con el silencio. Se construye con tu boca callada. Qué bonita. Qué bonita es la vida.

The News About William

Recuerdo la noche: la noche se llena de luciérnagas. Es un factor desconocido, la equis de un caso de factoreo, tus compañeros bajándote los pantalones a media clase y tu profesora embarazada tropezándose y golpeándose en los pasillos. Toda la gente, toda la gente que se tropieza en tu vida y que te mira con el color dorado de trofeos que brillan con el sol de Santa Tecla. Bajás las cuadras, caminás hacia la parada de buses y los mareros te piden un colón. Todavía en esos tiempos los mareros pedían colones porque esa era la moneda que se usaba. Pero en esa época los mareros eran amistosos. Te podían dar un cigarro o podían hablar con vos mientras esperabas el bus. Te podían dar un tropezón pero no era un tropezón para botarte. Era solo un tropezón para recordarte que tenías cara.

Ella, Santa Tecla, te veía con ojos de punta de iglesia o un altar gótico y las teclas guardadas de un órgano, la mujer que lo tocaba con ojos arrepentidos.

Las luces: el paseo del Carmen: Una forma más de aceptar la religión. Qué bonita es. Qué bonito se ve todo esto. Ojalá y dios de verdad existiera y este edificio no fuera solo una muestra más de la idiotez humana. De la mitología. Saben qué: hay un nombre para esas cosas en las que cree la gente que no son reales. Se llama mitología. Y todas esas religiones que ustedes profesan son eso: mitologías. Métanselo en la mente. Ustedes son los griegos que creen en Venus y Poseidón. Es lo mismo. Se dejan engañar tan fácilmente. Porque es todo tan bonito. Porque todo se ve tan bonito desde la calles. Qué bonita iglesia. Qué bonita biblia. Qué bonita lectura que hizo la niña de la Rubidia. Qué bonito.

Qué bonita mentira toda.

TODA.

El plan del arbusto
se ve como una planta
quizás es una planta.
pero no se.
quizás sea un animal
o un espejo
o un cojín
o una trompeta
quizás sea lo que me dijo shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
el labio en la cerveza
o el botón
de publicar entrada.

La honestidad quiere decir: Me duele

No voy a decir que no me duele, porque me duele. Cuando uno escribe y le atacan lo que uno escribe, al final es como que lo ataquen a uno. Que le ataquen la personalidad y la forma en que ve al mundo. No voy a decir que no me duele, porque me duele un montón. Un vergo. UN PUTO VERGO. Así, en mayúsculas. Se que hay extremos y yo personifico extremos, se que hay cosas que digo y pongo en letras que quizás debería guardarme. Pero había una conexión, una forma de entender, una forma de hablar, que de repente veo muerta. De repente, la censura me hace ver la verdad. Y entonces, la verdad duele. Se que todos los abrazos y las promesas y los posts y las entradas y los poemas y las dedicatorias y las felicitaciones de cumpleaños, todas ellas, fueron vistas a través de un filtro. Lo que está bien y lo que está mal. Lo que me dicen que no debería de escribir y lo que debería de dejar de escribir. Yo pensaba que se aceptaba todo. Que se podía todo. Pero no. Todo estaba moldeado, como una idea o como una estrategia. Todo era parte de un plano, de un mapa predeterminado. Y cuando me salía de él, cuando me desviaba, era como si La Haya de repente viniera con su corte a cerrarlo y a restringirlo. Me sentí amarrado. Atado. Las cosas se dieron naturalmente, así, al final, me consideré un candado cerrado. Una huelga de hambre obligada a pesar de que mi estómago crujía. Las cosas terminan. Pero terminaron con un vómito. Con un desalojo. Con un ustednohapagadolarentadebeirse. Al final, todo terminó con el silencio. El silencio que quizás tuvo que venir mucho antes, porque mucho antes es que yo empecé con las cosas que hicieron que todo terminara. La burbuja explotó. Todo explotó. Y yo tuve que crear un lugar nuevo en el que seguir escribiendo. Porque si no escribo no puedo dormir.

Quizás, tal vez: talvez unido.

Quizás me encuentre en el límite de mi vida, quizás vea hacia abajo y veo el final del mundo, que se despliega como una cascada en caída libre y con monjas y sacerdotes suicidándose al final de la línea política de lo que llamamos tierra. Quizás el sabor de la cerveza se me filtra en la boca y quizás respiro no solo humo, sino también imposibilidad, algún momento imposible de la vida, color alquitrán, color absurdo borrado por la personalidad de algún bailarín de cuerpo perfecto. Me asusta, me asombra, pero a veces sigo escribiendo mucho después de lo que la mente me exige. Entonces le pido algo más, unas palabras más, por favor, como una plegaria que se le hace a la virgen que nunca bendijo tu pueblo. Tu pueblo, maldito, de color tierra y personas infectadas, de asesinos en las esquinas y tías que te ven con ojos de desconfianza. Quisiera escribirle una carta a todo esto, al quizás, a la posibilidad del final o a la posibilidad del inicio, a la forma en que las cosas parecen formarse a partir de pensamientos y no a partir de ideas, a partir de un tropiezo de la mente, de la mente que retrocede y ve al mundo, ve al mundo y ve no solo un tal vez, una probabilidad, también ve un talvez unido, como se escribía antes, como se escribía sin el espacio, sin el espacio obligado a mirar la cara, a descifrar la sonrisa, a descifrar el tornado. En los pueblos se que se encuentra la respuesta a los quizás que nunca nos atrevemos a formular en pregunta.

jueves, 14 de abril de 2011

¿Cómo mover la personalidad de un lado para otro?

Estaba tan acostumbrado a tener un contraste, una contradicción, que ahora que estoy posteando solo, no encuentro muy bien adónde poner mis pies (o, en este caso, mis manos). Nunca me gustó la idea de tener un blog en solitario: mi ego es a la vez grande y pequeño, quiero exponer y escribir cualquier tontería que se me ocurra pero tampoco quiero el peso de mantener un sitio tan egocéntrico sin nadie más. Pero aquí voy. Disculpe los tropiezos y los pensamientos al aire que no aportan nada. Al final, eso es un blog. En mi mente pasan tantas cosas innecesarias hasta para mí, no me imagino lo irrelevante que son para los demás. Imagínese un paseo por una caverna en mi cerebro. Oscuro, pero a la vez ridículo y superficial. Un puño de babosadas.

Cortesía de una Lectora (Arrepentida)

"¡Qué montón has escrito! ¡Y en el Raro Dúo ni ponías nada chivo!"

Gracias, gracias.

Ya se quién sos:

Ya se cómo te llamás y las cosas qué pensás, lo que pasa por tu mente y el miedo que tenés. Conozco los problemas de tu cabeza porque yo los tuve, conozco las limitaciones en tu cuerpo y cómo te tiembla el alma después de cada orgasmo. Entiendo que al verlos desnudos te excitás y asustás al mismo tiempo, entiendo que luego te den ganas de bañarte con agua muy caliente, que te queme la piel y te haga olvidar y te destruya las células que se atrevieron a pecar. Conozco muy bien las palabras que decís y las oraciones que murmurás a dios. Conozco las excusas que das y la forma en que peleás constantemente con tus instintos y tu naturaleza y la forma en la que sus besos te asustan. Se tus problemas, porque conozco a muchos que los tienen, a familia, a padres de familia y personas que no saben muy bien quiénes son. Entiendo tu miedo pero no lo logro tolerar, por más que intente: me parece que estás tan atrás y tan equivocado. Todo lo que querés hacer lo ocultás y lo sumergís en arenas movedizas, pero te van a hundir, te van a asfixiar. Construís una tortura bonita para toda tu vida y la vivís peleando, quejándote cuando vos sos el único que la está infligiendo. Soltá el látigo. Podés hacerlo. Lo tenés en la mano.

Siempre hay buenas noticias en una separación.


Para algunas personas.

Bueno, como dice mi mamá, "uno no es monedita de oro". Pero qué alegre cuando nos alegra la tristeza de los demás. Los alemanes tienen una palabra para ese sentimiento: Schadenfreude.

En mis sueños estuve en Venezuela

Por alguna razón, Venezuela tiene fronteras con Nicaragua. Voy manejando con dos personas más -no se, ni recuerdo quiénes son, creo que ni siquiera los conozco- y nuestro carro todoterreno cruza la frontera con habilidad, pero de forma ilegal. La emoción de cruzar sin ser vistos es grande y a lo lejos comenzamos a distinguir las playas. Son negras, con olas grandes y largas y las personas están surfeando. Mi guía -que supongo es venezolano, pero yo no podría saber pues no se su nombre ni su edad ni reconocería su cara si se me cruza en otro sueño- me explica un montón de cosas de las playas y el país pero yo borro su voz y lo único en lo que me concentro es en las olas y en las personas y en el calor y en la forma en que las palmeras se mueven con el viento y las plantas están a medio morir.

"Esto no es como en El Salvador, aquí no hay piedras", le digo.

Nos bajamos del carro, nos sentamos, y el mar nos parece rodear. Venezuela es una isla, por alguna razón. Sigo esperando una conclusión al sueño pero creo que no hay: esto solo es soñar con el mar, con el monótono y caliente mar, con gente que no conocés, con un país del que solo has oído algunas cosas y las demás, te las tenés que inventar. Un sueño normal, digo yo. Un sueño normal que te hace despertar con sabor a sal en la boca.

miércoles, 13 de abril de 2011

El Asfalto es Arena

El Paseo Escalón está oscuro, pero no oscuro de noche, más bien oscuro de eclipse. Camino hacia abajo, porque hacia abajo voy, cerca de las Fuentes Beethoven y la Plaza de Argentina. Mis pies caminan dóciles sobre el asfalto, pero de repente ya no es asfalto: es arena. Arena negra, volcánica, como de Playas Negras o Lanzarote. Veo a un montón de gente celebrando, esto es una feria en la playa: gente bailando, niños caminando con algodones de azúcar y en las plazas hay norias y ruedas de caballitos que dan vueltas y vueltas. De fondo suenan los segundos finales de la canción Spoon, de Dave Matthews Band, como en continua repetición. Es un sonido bonito, es una sensación bonita, yo me acostumbro a la arena y la comienzo a agarrar con mis manos y a soltarla en el aire, dejar los granos caer a mi alrededor y no me molestan, no se me quedan pegados al cuerpo, más bien se quedan flotando unos segundos, como contemplando también ellos el momento, la gente, las sonrisas.

De espaldas, reconozco a alguien.

Es Flor. Baila al ritmo de la música con una camisa que la he visto usar un par de veces, y reconozco el color de su camisa a pesar de que con la luz todo me parece neutro. Yo estoy tan feliz de encontrármela. Le toco el hombro y la saludo.

"¡Hola Flor! ¿Usted sabe qué está pasando?"

Ella me ve directo a la cara, seria, me da miedo.

"Miguel, es que todos nos morimos algún día".

Me doy cuenta: estoy muerto. Todos estamos muertos. Estamos bailando porque estamos felices, supongo, pero yo todavía no quiero estar ahí. Me obligo a despertarme. Veo alrededor en mi cuarto y me da terror volver a dormir. Eventualmente el sueño me vence y caigo.

Tuve este sueño la noche anterior al día en que Flor y yo decidimos cerrar el blog Un Raro Dúo. "Tuviste un sueño premonitorio", me dijo, en un mensaje que me mandó luego de que se lo conté. "Pero yo no quiero morirme", le digo. "No, no es que te vayás a morir, es que creo que nos deberíamos de separar".

Ahora yo tengo miedo de volver a soñar.

Esperando la Luz Roja

Próximamente:

Revista KINK comprada en Librería de Madrid

-Me gusta tu barba.
-¿De verdad?
-Sí. Es lo que más me gusta.
-¿Y si me la quito?
-Quizás me gustés menos.
-Ojalá y te gustara sin barba.
-Ojalá.

Cuadro de fotografía tomada en Roma

Me parece que todavía tenemos un montón de cosas que hablar. Pero no las hablamos. Preferimos discutir platos y cocinas y la mejor forma de preparar la carne de soya. Me pregunto cuántas preguntas tenés. Te veo a la cara y entiendo que son un montón, un montón que se te pierden en la boca y te las tragás enteras, como te tragás la sopa de tortilla o los trozos de pollo. Ahí se van, ahogados y triturados, tus pensamientos; ahí se van y te caen en el estómago, pesados, como reflujo o gastritis y una úlcera del duodeno. Se te sangra el interior entero, como si llorara tu sistema digestivo, y luego cagás todo eso, cagás todas las preguntas que tenías y echás el agua y te limpiás con el papel y tus ideas y nuestras conversaciones solo son restos, restos de materia fecal. Color café, color negro o color musgo. En el musgo de los pueblos que visitamos encontramos otras formas de desviar la conversación. Y se vuelve nuestra vida un ejercicio de silencios, una represión constante de las verdaderas palabras que queremos decir. Qué bonita esa planta y qué rico este café. De la frustración de tu lengua y la mía surgen dolores internos, dolores de piernas y juanetes torcidos. Bonito sería que habláramos, algún día. Pero solo escupimos palabras. Las escupimos y nos mojan la cara, la que rápidamente limpiamos con una servilleta doblada, pulcra. La veo y en ella trato de descifrar tus preguntas. Pero no puedo, no hablo este idioma.

No existe idioma para las cosas que nunca se dicen.

Cartera azul comprada en Antigua Guatemala

De la nada comienzo a pensar en vos, como si seguís aquí sentado conmigo. Sueño tanto que estás vivo de nuevo que me asusto, quizás te quiero revivir y como no soy Jesús ni vos te llamás Lázaro, no puedo. Levantate, vos, levantate, que quiero hablar. Pero tus huesos arropados por la tierra de tu tumba no me escuchan, son sordos: murieron sus oídos y sus orejas y sus cartílagos. Qué injusta es la muerte, me decías, qué injusto es el fin del mundo. Veo la celebración de los años nuevos y me doy cuenta de que ya viene el de nosotros. Este es el fin del mundo. Este es el Y2K. Mi computadora y la tuya van a explotar y luego van a seguir nuestros cerebros. Todo lo que conocemos, mi cuerpo, el tuyo, desaparece. Y de la nada, así, sordos y mudos los dos, nos vamos a soterrar como en Las Colinas.

De la nada comienzo a recordar tu final tosigoso, como el actor aquél en María Mercedes. Al final, se casa con otro en la Basílica de Guadalupe. Pero su tos se quedó conmigo siempre, y cada vez que me acuerdo de la de él me acuerdo de la tuya. Pienso en cambiar tu nombre a Lázaro aunque sea un momento y platicar con vos. Qué bonito sería, pero ese nombre nunca te gustó. Demasiado bíblico, me decías. Y vos nunca creíste en mitologías. Solo creías en Nostradamus. Y te abrazabas con los postes y cantabas una ranchera y en tu cuerpo surgían ideas y se movían como marionetas dentro de tu estómago.

De la nada, comienzo a pretender narrarte, como si eso fuera posible. Me doy cuenta de que es imposible, porque la verdad, no se nada de vos: solo se que desapareciste, día de época seca, y te vi bajar hacia el nicho con el silencio típico de tu boca. Pienso en ir a ver si seguís ahí. Si no me traicionan los sueños y no estás internado en algún asilo y te puedo ir a visitar.

De la nada, comienzo a escribir sobre vos. Y así, también de la nada, entiendo que solo aquí en estos puños de letras seguís vivo.

Pareciera una cara nueva

Buenos días, doña Adelia. Pareciera usted tener una cara nueva. En usted ya no queda el rastro del carbón o del pinta labios que compró en el Súper Selectos. Buenos días, Doña Adelia. A usted la noto feliz, como con nuevos bríos, caminando aquí en el Paseo Escalón. Qué bonito camina, viene de consulta. A veces, doña Adelia, los doctores se equivocan. No se preocupe, todos nos morimos, nos vamos muriendo poco a poco, algunos al instante, cuando ese bus que viene ahí los atropelle. Yo veo las cosas doña Adelia, las veo venir, y ese bus va a estar manchado con la sangre de un niño o una niña, no lo veo claro, cuando están muy pequeños solo el bulto los revela y yo he visto el accidente de espaldas. Usted va a morir tranquila, doña Adelia, porque su nueva cara la veo como la de una muerte apacible, de cuna o mecedora. Métase de nuevo al Moisés en el que dormía con sus papás y descanse ahí, doblada, con el cuerpo hecho un nudo y los nudos del pelo tiesos y secos. Deje de usar champú, déjese que se le ensucien todos, porque eventualmente de ahí van a crecer gusanos. Su doctor no le dijo, doña Adelia, pero su cara es la cara de alguien muerto. Una cara nueva, bonita, como de vida eterna y novenario en casa de esquina. Qué bonita cara y qué bonito le pinta su futuro, doña, porque tiene poco ya. No se imagina la suerte que tiene, por eso quizás la veo tan feliz, caminando tan tranquila a la parada de buses. Mejor use la pasarela, que su muerte no está aquí todavía. Pero ya viene, no se preocupe. No va a tardar. Su cara nueva, qué bonita, doña Adelia. Tan nueva que ya parece muerta.

Marlboro Light

Fuego, humo. El ridículo vicio. Pensar en la boca llena de alquitrán, en la salud derrochada en centavos de gasolinera. Alcancías. Las monedas que entran y suenan al chocar con las demás. Vacío: el cuaderno. A veces se te nota tanto la pesadez del sueño que tus ojeras se vuelven negras y tus ojos vacíos blancos. Comunicación, imperativa. De las cortinas que te tapan la vista surgen ideas y te imaginás otros paisajes. Qué bonito todo, ahí afuera, ahí afuera adonde todo lo que existen son edificios. Edificios grandes, altos, con puertas pequeñas que no dejan entrar el aire. La ropa colgando de sus balcones y las viejitas viendo hacia afuera, curiosas, a los homosexuales y criollos que caminan por las calles. San Francisco, o la niebla. De ahí en adelante todo se permite, todo se reduce a una visión canalizada en prejuicios. Leés algo en un parque y las letras se te apuñan las unas con las otras, como si sos un niño que apenas escribe mi mamá me ama o mi mamá me mima. Todo te parece demasiado complicado, las palabras te sobran, quisieras decirlo todo solo con la fuerza de tus manos o las cejas de tus ojos. Pobladas, ellas. Como un bosque o el cabello de un hombre sin testosterona. Ágil, caballo, malvado. Se redactan carreras y se establece metas leves, ligeras, para alguien inexperto. Seguís escribiendo y los edificios van cayendo, uno a uno, y se convierten en los paseos pequeños pero agrestes del Gran San Salvador. Te queda la gente esperando al bus, el olor a manteca Nieves y al sudor de los enfermos del Hospital Diagnóstico. Te vas en los agujeros de la calle y pasás por el guardia que te observa mientras con sus manos acaricia su pistola: grande, larga, fálica, cargada de balas pequeñas, aún sin disparar. Le sonreís y le decís buenas tardes. Qué amabilidad. Qué amabilidad la de la violencia contenida. Algo así como el humo de un cigarro en la boca.

¿Se ha fijado?

¿Se ha fijado que una palabra solo es un montón de letras, un puño de letras?
Idiomas que no entendemos: puño de letras.
Rótulos de las calles: puño de letras.
La Biblia: un puño de letras.
Las oraciones: un puño de letras.
Las canciones: un puño de letras.
Las conversaciones: un puño de letras.
Las marcas: un puño de letras.
Twitter: Un puño de letras.
Facebook: un puño de letras (y un puño de locas)
Un blog: un puño de letras
Tumblr: Un puño de letras (y algunas fotos)
Un cuaderno: un puño de letras
Las novelas: un puño de letras
RuPaul's Drag Race: un puño de letras

Todo es un puño de letras, y qué bonito puño. Sin ellas no existe nada, no existimos nosotros. Un homenaje a esos puños, que se levantan hacia arriba y golpean el techo con fuerza.

Nomás, no espere más:

Esto solo es un puño de letras.

Tercer puño de letras

Abrazado, ya ves, así uno vive mejor. Como si el calor del cuerpo fuera una tilde, o una diéresis, como si vos fueras la corrección a mi error gramatical. Abrazados, ya ves, se duerme mejor, con la mano suave de uno sobre la mano áspera del otro, como si nos conociéramos desde hace tanto tiempo y ya hubiéramos descubierto el lado de la cama que nos gusta. Abrazados, ya ves, con el sol de la mañana y las nubes espesas, cansadas y calientes, colgando del cielo como cuelgan algodones de azúcar de feria en un sueño hermoso y horrible. Como caries que abren heridas profundas en calcio y piedras de dientes, piedras blancas o amarillentas, con aparatos o sin ellos, como grietas en paredes después de un temblor que solo sintieron los perros. Así quedan, las grietas, testigos (as) del movimiento, del movimiento telúrico, de la escala Richter o Mercalli. Abrazados, así, hasta que pase el temblor. Que no nos despierte, que nos deje dormir, que nos entierre en sueños profundos, con bailes, con la energía tan suelta y la tranquilidad tan bonita de lo eterno, de lo que surge del inconsciente, de todo lo que aún no nos damos cuenta de que sabemos. Abrazados, así, la mañana llega más despacio. Y no se va ella, se queda, se duerme con nosotros. Abrazados, así.

Segundo Puño de Letras

Nomás un puño de letras, eso nos llevamos al morir. Todo lo que nos queda es lo que escribimos, lo que logramos escribir. En esos últimos momentos no vemos una luz, no vemos un túnel blanco, vemos un montón de palabras atrapadas en un vortex maravilloso y oscuro, con todas las tipografías que existen, con todos los acentos y en todos los idiomas que aprendiste. Nomás un puño de letras, que nos llena eternamente de paz, que nos hace tirar la tierra del Paseo General Escalón hacia arriba y bailar con la gente que conocemos, darnos cuenta de que estamos muertos. Pero todo esto, todos estos párrafos, se quedan con vos y se van con vos.

Como dice la canción:

Yo tomo cuando yo quiero,
no miento soy muy sincero,
y soy como las gaviotas
volando de puerto en puerto
y yo se que la vida es corta,
al fin que también la debo

El día que yo me muera
No voy a llevarme nada,
¡Ay que darle gusto al gusto!
La vida pronto se acaba

Lo que pasó en este mundo,
nomás en recuerdo queda
ya muerto voy a llevarme,
¡nomás, un puño de letras!



martes, 12 de abril de 2011

Primer Puño de Letras

Zapatos bajos, con tacón; tacón escondido dentro, como de una mujer que se ha arrepentido de haberse vestido demasiado formal para la ocasión. Se ve en el espejo: bonita. Se declara cejuda, pero especial. Se mantiene parada y en sus pensamientos no ocurre más que un vacío pequeño, como el vacío del estómago de un bebé con disentería. Probablemente esta noche sea feliz, después de las cervezas o después del beso. Que se vean al espejo también ellos, que se enreden en el pelo de las circunstancias y que bailen una canción de reggaeton. Pantalones cortos, azules, como de bailarina de bar. Se agarra de la barra y comienza a dar vueltas en su imaginación. Tanto así que se marea. Que se deja de reconocer y ve solamente una mancha borrosa, reflejada, nada específica. Por un momento desea andar así, por la calle. Borrosa. Que nadie la reconozca, que no le silben.

Se despierta y encuentra la edición de Vanidades que ha estado leyendo. La ha dejado abierta en la novela de Corín Tellado y trata de leer, pero no puede: lo único que reconoce es un puño de letras.