-Perdón, oíste.
Le dije que estaba perdonado y le di otro abrazo. Recibió el lapicero con una sonrisa y me informó que era el único que tenía. Yo lo vi con ternura y lo tomé de la mano.
-Me alegra que otra vez tengás lapicero. Porque hay tanto que escribir, escritor...
Se fue, sonriente, hacia la salida de la Universidad. Sus pasos dejaban letras escritas en el suelo.
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