jueves, 9 de junio de 2011

Con agua el cigarro

Yo apago con agua el cigarro. Yo dejo la cascada. Yo muerdo la manzana con los dientes. Yo dejo el filo. Con ningún motivo aparente, también, respiro. Me dedico a respirar. (O me limito). Con las ganas guardadas en el pantalón me duermo. Despierto sin haber soñado: con el estómago vacío. Solo el humo, solo la nicotina. Abrazo la almohada con dolor de brazo, dolor de manos. Me levanto y el polvo. Dejo el polvo. Camino y las piernas no duelen, despiertan. Los límites de masculinidad enfrentados con las paredes. Me lavo la cara y así, grasa y todo, bailo frente al espejo. Qué alegría, digo (o pienso), poder verse a un espejo. Qué lástima me dan todos los fantasmas que no pueden. Recorro la casa en busca de ellos. Lanzo conjuros o los llamo por su nombre. Me dedico a recitar nombres de la gente muerta que conocí. Los digo en voz alta. Sus primeros y segundos nombres, con apellido. Estoy esperando que aparezcan con muchas preguntas. Mientras, esperando, me dedico a fumar. La voz me sale miedosa, con temblor en los dientes. En el cuello espero el soplido frío, en los pies que me los jalen. Dónde quedaron todas las promesas de mi tía abuela de asustarme si no seguía en la iglesia. Adónde está el ánima de la abuela que me escupía. Aquí, en nivel 6 adonde apago cigarros con agua, me siento solo. Podría llamar a alguien o tener a alguien. Pero estoy llamando (buscando) otras presencias, otras conversaciones. Todo lo que podría escribir o contar si mi bisabuela viniera y me dijera y me contara cosas. Si ella me apagara el cigarro con algún soplido de su boca astral. Callo toda la música y cierro todas las ventanas. Elimino todo el viento y aguanto la respiración. Me meto debajo de una sábana y en la oscuridad completa espero un halo de luz o una presencia brillante. Nada. Me descubro y solo descubro el silencio. Algún perro ladra a la distancia. Cierro los ojos y practico desdoblarme. Siento que de mi cuerpo se separa lentamente mi alma. Comienzo a ver sus caras. Me hablan y me cuentan cosas. Que no escriba nada, me dicen, que no cuente nada. Que cierre de una vez por todas la boca. Que ya se reunieron todos a discutirme. ¡El sodomita! Regreso a mi cuerpo con un golpe siguiendo el hilo de plata y duermo profundo. El cigarro está cerca del resumidero del lavaplatos. Yo duermo en medio de la cocina. Me despierto con un montón de picadas de hormigas. Son rojas, grandes y molestas. Yo las llamo vestigios de mis viajes. Yo las bautizo huellas de fantasmas. Cada una marca el punto en los que los espíritus que llamé me tocaron con sus dedos y lograron callarme. Picado, rascado, me pongo a escribir. Después de unos párrafos, y solo para asegurarme, corro y bailo frente a un espejo.

Mi reflejo sigue ahí.

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