miércoles, 4 de mayo de 2011

Scatterbrain

No hay lugar quieto en el mundo, no hay lugar en silencio. En todos hay algo de música, el ritmo de la respiración, las voces del agua o de la tierra. Los gusanos que recorren el campo o los carros que pasan por la calle, el sonido del cigarro siendo inhalado, los pasos del borracho pegándose al suelo. No hay lugar sin la luz de un sol, o sin la oscuridad de una noche. Todo se mueve y todo se transforma todos los días, con el olor de las flores, o del estiércol, o de las lámparas quemadas. El tremor de un terremoto. El temblor de las cuerdas de un violín. En los tragos de cerveza o en las horchatas medio frías de Valencia o San Salvador. Todo sabe a algo, todo tiene un sabor particular, a queso o a piedra. Todo, al ser tocado por una lengua, crea el contacto del gusto. Milagro papilar. Todo, de vez en cuando, observa con ojos rojos por el sueño. Todo se ata o se filma, se cruza de brazos o coloca flores en el pelo. Todo se vuelve bonito o feo, todo está nervioso, porque nada nunca está tranquilo, nada nunca está quieto, todo está al borde del cambio, al borde de mutar: las cosas solo van hacia adelante, el pasado es lo único inmóvil, congelado. Pero de nada sirve: el pasado ya no es de este mundo. Al pasado ya se le acabó el tiempo.

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