sábado, 28 de mayo de 2011

Mediterráneo

Te dije: pasemos a Valencia. Las señales de la carretera lo decían. Próxima salida: Valencia. Quedaba a pocos kilómetros. Te dije: busquemos un hotel baratito, quedémonos una noche, quiero conocer. Quiero ver las calles y quiero ver el Oceanario. Quiero ver el Mediterráneo desde aquí, a ver cómo es diferente, a ver cómo ha cambiado desde que salimos de Cataluña. Te dije: por favor, pasemos a Valencia. No conozco. ¿Cuándo vamos a tener esta oportunidad de nuevo? Hemos manejado cuatro horas ya. Nos falta poco. Vamos a Valencia. Está tan cerca. Mirá, allá, desde aquí la veo. Desde aquí la veo viendo al mar, al mar Mediterráneo, como recodo al camino. Nos tomamos unas cervezas y nos vamos de marcha. Nos vamos de fiesta. Mirá, deben tener bares gays interesantes. Nos vamos y dormimos en una cama cómoda. Pasemos a Valencia. Todavía tenés otra salida. ¿Te imaginás? Siempre vamos a contar la historia de cuando regresábamos de Blanes para Ciudad Real y de espontáneos, de maravillosamente espontáneos que somos, nos paramos en Valencia. Podría ser como aquella vez en la que en Bratislava yo te dije: ¡Vamos a Viena! Pero no, vos seguiste manejando. Te dije: Vamos a Valencia. Quizás tuve que haberte recordado lo divertido que lo pasamos en Viena. Lo divertido que era justo cuando no planeábamos las cosas. Cuando por ejemplo aquella vez caminamos desde una tienda y nos compramos chocolates y papas fritas y nos las devoramos enteras antes de llegar a la casa. Cómo nos quedamos en un albergue en una habitación con veinte camas y solo dormimos en una y planeamos nuestra vida juntos. En nuestra vida juntos. Pero no paraste. Seguiste manejando. Fuimos dejando Valencia y el Mediterráneo y entramos a ese desierto de La Mancha. Lo dejaste atrás. Te dije: Vamos a Valencia. Estábamos tan cerca. Pero seguiste manejando. Quinta velocidad. Valencia se quedó atrás y el Mediterráneo con las cañas, su luz y su olor, el sabor amargo del llanto eterno, que vertieron en él cien pueblos, de Algeciras a Estambul. ¿Qué le voy a hacer?

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