Era una sensación extraña, como si todo estuviera en pausa, como si todos sabían que algo mejor venía y simplemente seguían viviendo solamente con la idea de que las cosas iban a cambiar. Pudo ser toda la construcción, los andamios y el polvo en las calles, lo difícil que fue encontrar un restaurante abierto o los supermercados que más bien eran bodegas de almacenamiento. Puede ser que era una ciudad en la que prácticamente nadie hablaba inglés, y por primera vez en China me sentí realmente en China. Pekín era como un paquín del país: pintoresco cuando debía serlo, progresista y primer mundo cuando también. Todo estaba salvaguardado para los turistas: menús en inglés y con fotografías, el metro en alfabeto romanizado.
Datong, sin embargo, no existía para nadie más que para sí misma. Fui ahí por unas grutas centenarias (según la autoridad de turismo Wikipedia) en las que laboriosos datongneses habían esculpido estatuas de Buda en cientos de poses, pero más que todo la misma repetida. Más interesante que las grutas, sin embargo, fue esta ciudad en obras contínuas. Las calles eran de repente pequeñas y luego grandes, cientos (yo conté cientos) de edificios construidos pero no habitados, como perros abandonados esperando familia. Podía ver su cara triste, lo juro. La cara triste de los edificios. Gente caminando con dificultad en el polvo de invierno, un centro ('histórico') abandonado y casi tan deprimente como el de San Salvador; agujeros en las calles que hacían saltar el taxi y mi vejiga (estómago vacío) en vaivenes preocupantes. Una estación de tren semi vacía, con una ventanilla dedicada a turistas extranjeros: el único lugar en el que hablaban inglés. Tuve que pedir que me anotaran la dirección de mi hotel en mandarín y salí a la calle a entregarle el papel a un taxista. La recorrimos y pude ver el gran botón de pausa brillando sobre toda la ciudad. Me imaginé algún discurso del alcalde diciéndoles a todos que el progreso venía. Viene, certero. China es la nueva gran potencia. Nosotros somos la nueva potencia. Y a mí me encantó estar en ese momento, porque se que si regreso en unos años las calles van a estar reparadas: los edificios van a estar habitados y sonrientes: los restaurantes van a tener menú en inglés: Datong ya no va a ser Datong.
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