martes, 3 de mayo de 2011

Llegar a Madrid/Regresar a Madrid


Hace meses venís imaginado este momento. Te inscribiste en enero a la universidad que empezaba en octubre, compraste tu boleto seis meses antes. 5 de julio de 2005. Llegar a Madrid es regresar a Madrid.

Llevás en tus maletas demasiadas cosas. Demasiadas. Recordás el aterrizaje y lo confundido que estabas porque pensaste que España todavía era África: qué reseco y qué arido se ve todo. Apenas unos árboles de vez en cuando y el resto café, como un desierto. Has venido todo el vuelo con el pecho hinchado de la emoción y con la mente atrapada en otro tiempo, en otro lugar. Agarrás taxi porque tus maletas pesan. El taxista es de esos que platican demasiado.


Vestís una camiseta celeste de botones y un pantalón Abercrombie & Fitch gastado y desteñido. Llevás el pelo recién cortado y latas de atún en la maleta. Llevás zapatos café de vestir y un montón de camisas de botones y DVDs en las maletas que recién te regalaron. El taxi va avanzando por carreteras y todavía no ves rastros de una ciudad.

Todas las carreteras son iguales. Los nombres y las palabras son nuevas, bonitas, las imaginás con acentos extraños. Sentís que los ojos se tragan todas estas nuevas señales como el agua pasa por la garganta.


Ves ese edificio. Ese hotel de colores que ya has visto en otras fotos. Qué bonito. Sentís que ya te estás acercando a la ciudad.

Vos y el taxi entran a un túnel.


Salís, y estás en el Paseo de la Castellana. Te sabés el nombre porque ya has examinado mapas en El Salvador y te sabés el centro de la ciudad casi de memoria. Creés que la podés recorrer con los ojos cerrados. Ves a tu alrededor y te sorprende lo tranquilo que estás. Tu primera vez en Europa. Has dejado tanto atrás y pensás que esto es definitivo.

Pobre, vos: nada es definitivo.

El taxi sigue avanzando y llega al redondel de la Cibeles. En El Salvador son redondeles. Ahí son plazas.



La Gran Vía se abre ante vos y la ves por primera vez. Dos años y meses más tarde vas a hacer el mismo recorrido, a la inversa, llorando, pero vos en ese momento no pensás en eso. Vas cada vez más cerca de Chueca. Comenzás a ver banderas de arcoiris. El taxi se adentra al barrio. En este barrio vas a aprender a hacer cruising. Vas a besar a hombres en las aceras. Vas a llamar desde el teléfono público a tu mamá para decirle que vas de visita. Vas a andar caminando con amigos, meses más tarde, borracho de cerveza, ciudad y continente.

El taxista, que no ha parado de hablar todo el rato, finalmente dice algo que te interesa.

-Hubiese venido un par de días antes y mira el Orgullo. Usted va a vivir en el barrio de los maricas, ¿sabía?

Vos le decís que no, no sabías, a pesar de que sí, claro, sabías. Sonreís y te arrepentís de no haber llegado unos días antes y haber visto el orgullo. Pero no importa. En ese momento nada te entristece.



El taxi llega a la Calle San Bartolomé y al número 19.

Te bajás con tus dos maletas, con tu maletín, y te despedís del taxista. Habrás pagado unos 30 euros. No te acordás. Comenzás a tocar el timbre de tu apartamento (perdón, piso) y nadie responde. Nadie responde.

Nadie responde.

Esperás un buen rato, unos veinte minutos, y te empezás a asustar.

Nadie responde.

Nadie responde.

Finalmente, alguien hace sonar la puerta. Entrás, es un edificio tan viejo. Tan lleno de gradas y tan vacío de ascensor. Te recibe tu nueva compañera de apartamento, colombiana, que te dice primero que perdón, que estaba en la ducha y no podía correr a abrir. Después de darte agua en vasos pequeños de IKEA te pregunta si conocés a alguien en la ciudad.

-No, no conozco a nadie.

Sonreís. Llegaste a Madrid. Regresaste.

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