Cuánta queja me ha cabido en la boca todo este tiempo. Cuántas veces le he gritado. Pedir perdón no es suficiente cuando se trata de ella, me han dicho, me hinco ante usted, virgen nada virgen. Le ruego perdón y lloro a sus pies, dramático, como mal guión de telenovela. Me pongo un sombrero y me voy a la finca a cuidar los cultivos. Me pongo a ordenar a los mozos que corten las naranjas y las cuentan y les digo que no dejen vendaje. Me quema la piel el sol y me vuelvo todavía más moreno. Pongo hacia adentro, hacia más adentro, todos esos impulsos que no le gustan nada a usted. Me voy a las casas de los mozos y me doy a sus mujeres. Eso le gusta. Eso le gusta imaginarme haciendo. Me acuesto a dormir en las sábanas tan bonitas que usted compró y me pongo tan contento de que mañana me voy a levantar temprano, tempranito. Me voy a poner jeans sueltos y un cinturón de cuero y apenas me baño. Hay tierra en mi cuello porque hay tierra en los cuellos de los hombres. ¡Una cerveza! ¡O dos! ¡O tres mujeres! Me convierto en el tipo de hijo que quiere. Atravieso las fincas y las aterro con mi mirada y aviso mi llegada con un duro cuatro por cuatro que aplasta tierra y mata hormigas y espanta gallinas. Me bajo y en la cintura tengo una pistola y en la cartera tengo un documento que me acredita suficientemente cuerdo para llevar una pistola en la cintura. Me acomodo el paquete (¡glorioso paquete, glorioso calcetín!) y reviso cuidadosamente las hojas de los limoneros y de los naranjales.
Vamos a tener que pedir otro abono. Vamos a tener que comprar un veneno. Porque si no vamos a tener que botar todos estos árboles y dejar un desierto y los que colindan nos van a ver, con sonrisa torcida, con colocho en el pelo, confirmando el apocalipsis familiar que esperaban, cítrico y heredado.
Pero yo soy hombre. Soy bastante hombre. Caen los troncos uno a uno y tengo una erección grande, más grande que mi pierna, más grande que los troncos, de ego inflado y eyaculo jugo de naranja y de mis brazos nacen tallos con hojas por vellos y de ellos cuelgan naranjas redondas y dulces, azucarón, sin semillas y Valencia. Con los frutos de mi cuerpo frondoso alimento a un pueblo entero, al país, a las fábricas de jugo y al sudor de las viejitas con abanico de El Paseo. Me planto a la tierra y me alimentan el abono y el veneno. Yo soy los árboles. Yo soy la tierra. Yo soy su hijo y la fertilidad, la virilidad, el honor de la familia sigue intacto.
Puedo ver su sonrisa desde ya.
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