Es el destello de un sol en tus ojos, es lo imposible de ver a través de la luz encendida. Es el olor a tierra mojada de la grama recién regada, es lo dulce de las galletas que recojo de tu lengua dormida. Me como la tierra de un hormiguero, mastico el vidrio de la ventana para respirar el viento. Es el cordón umbilical de un bebé con los ojos azules, son los ojos azules de la señora que te vende el pan. Es la misma historia de siempre: la de dos ojos que sonríen más que los labios, el sonido de la canción con cuerdas de violín con sabor a boniato y yuca frita. Me como tus palabras, y en los dientes se me quedan atrapados trozos de tu lengua, en el pelo un montón de canas comienzan a nacer como el musgo en el tronco de los árboles. El tiempo pasa, la gente pasa, camina sobre mí, el asiento se dobla hacia adelante y la presión nos tiene en una montaña rusa en el asfalto de la pista. Dibujo con las manos en el aire el montón de ciudades, el paseo Escalón lleno de edificios y la gente caminando después de las fiestas hacia los puestos de taco, de pollo frito, de pupusas con el queso quemado. Es el olor al aceite. Son los pasos de borrachos que se tropiezan en los adoquines recién colocados en las aceras. Veo hacia los lados y ahí están durmiendo todos los aviones: los motores encendidos como si fueran lenguas de perros expuestas al sol, día de calor. Comienza el movimiento y es la velocidad, es el corazón acelerado, es tu voz que se me pega a las orejas con la dulzura de la melcocha, la suavidad del algodón.
Finalmente despego, esperanzado, el Pacífico bajo mis pies y sobre mi cabeza un cielo grande, espeso, hecho de madera.
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