miércoles, 9 de noviembre de 2011

Penúltimo

Solo las nubes estaban en las ventanas del bote cuando regresábamos a Copacabana. Las cosas en los viajes duran poco, me dijiste, con una gran sonrisa. Tenías razón. Aquí tan arriba todo pasa más de prisa. Nos bajamos y tomamos un par de fotos del lago. Luego arriba y otra vez ver pasar todo a velocidad acelerada. Lo de nosotros ya no era un simulacro, de verdad estaba pasando.

-Mañana me voy a Perú y vos a Argentina. Van a pasar meses hasta que nos volvamos a ver.

Mi primer impulso fue cogerte ahí mismo frente a toda esa gente. Sin lubricante. Mi erección estaba debajo de mi mochila y una de mis manos estaba en tus pies. Creías que todo pasaba por una razón. Que el encontrarnos en esa isla en el medio de la nada (solo dos burros, vos y yo) era una señal. Una señal de qué, todavía no sabías. Decías que lo ibas a saber una vez el bote tocara puerto.

Quisiste detenerlo. Quisiste que se detuviera ahí, en medio del lago, y aguantar la tormenta y luego hundirnos. Alternativa similar a regresar a tu casa.

Te tranquilicé con una canción que sabía que te gustaría. Te puse los audífonos a volumen bajo y te vi tararear. Cerré mis ojos y comencé a dormir, y el bote todavía tenía un rato para llegar. Al estar ahí buscaríamos un lugar barato para dormir, con dos camas para disimular.

Probablemente nos daría pena y cogeríamos en el suelo, por el ruido. El desayuno sería un café y las galletas que compramos ayer. Nos despediríamos en la calle, a tiempo para tu bus.

Me despertó el olor de la playa de Copacabana, a heces y gente. La canción en mis oídos.

-Llegamos.

En mi boca un bostezo y en la tuya una sonrisa de despedida.

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