miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los textos del lago

(xii)

Sí, ahora lo entiendo. Todo fue un truco para traerme a este momento, en este lugar, con este sol.
Un niño llora a gritos. Yo no puedo evitarlo. Me pongo a llorar también. A ese niño lo han traído aquí. A mí también. Me trajeron autobuses, barcos, guías que esperan propinas en dólares.

Su llanto y el mío son llantos parecidos. Son llantos que vienen del capricho. Si pudiera, yo también gritara. Pero soy adulto y tengo que llorar en silencio, como para que nadie se de cuenta.

En mi llanto se acumulan los llantos del nacimiento, de los primeros golpes, de los funerales de los abuelos, de los del papá, de los de las tareas hasta la madrugada, los de las fiebres y las neumonías, los de la duda y el viaje, los de las despedidas y bienvenidas, los que ocurren sin razón, sin motivo claro y mejor ni buscarlos.

Solo seguís llorando, al unísono pero más silencioso que el niño, mocoseando, limpiándote con la manga de tu suéter y esperando a que este niño nunca de llorar, porque vos ya le empezaste a agarrar el gusto, vos ya estás aprendiendo a llorar.

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