Mis vestidos los voy a construir de hojas en blanco y quiero que cien escritores nóveles narren sobre mí un montón de historias de fronteras, de manteles, de sexo y de café.
Voy a caminar por la ciudad y voy a dejar que la gente me lea, en el bus me van a levantar las capas de mi falda hasta llegar al final emocionante en el centro de mi fustán.
Me voy a echar en las bancas de los parques y ahí los niños distraídos van a aprender a leer.
Mi armario, una enciclopedia, y para los analfabetos vamos a contratar a lectores que van a dramatizar las historias en las tiendas, en el atrio después de misa. Mis vestidos van a pesar toneladas con el peso y la importancia de la literatura salvadoreña.
Cuando esté desnuda me voy a sentir completamente insignificante. Se me va a callar la voz y a enrollar la lengua. Mi marido me va a preguntar qué me pasa y voy a responder con silencio. Solo vestida voy a tener algo que contar.
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