Me crié con las palabras de mi mamá y los silencios de mi papá.
Un montón de hombres me enseñaron a escribir.
A calcar, a dibujar y a bailar.
Me hicieron coreografías que yo seguía con dificultad. Me obligaron a una ortografía impecable.
Todos esos hombres decían ser mi familia.
Tíos, primos, primos en segundo y tercer grado.
De sus voces aprendí a moldear la mía.
Con sus palabras aprendí a escribir mi nombre.
Todos, menos uno, eran los hombres de mi vida.
Ese decidió morirse antes de que mi boca se abriera o mis manos apretaran con fuerza las tetas de las mujeres.
Él decidió enterrarse como una avestruz entierra su cabeza.
No se si fue por vergüenza.
Pero así fue.
Tengo un montón de un montón de hombres metidos en el cuerpo.
De mi papá solo el pene y las gotas de semen que rebotan y se enduran y encostran en los pelos de mi pecho.
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