En un viaje reciente, deseché los planes originales y decidí pasar más tiempo de lo esperado en el Lago Titicaca. Uno, porque era barato; dos, porque era bonito.
Pero los lagos pueden ser aburridos: un montón de agua y burros y llamas y no mucho que hacer. Sin internet, sin televisión, solo con un montón de extranjeros (la mayoría mujeres) con las cuales no tenía ningún interés en hablar. Así que decidí recluirme y escribir. Escribir en el almuerzo, a la hora del café, cuando estuviera horas y horas viendo la infinita y ridículamente azul agua del lago. De ahí surgieron esta serie de textos que, como todo lo que escribo, tienen o no tienen sentido, pueden ser considerados o no esfuerzos reales por escribir algo con valor literario, pero que únicamente deben ser tomados como lo que son: palabras que escribí de repente, que luego evité editar, cosas que pueden o no significar nada, pero la mayoría del tiempo no.
Son un puño de letras escritos frente al lago Titicaca.
Me disculpo con antelación.
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