Vos sos costurera en figurín, así, sentada frente a la máquina de coser y con las piernas abiertas dándole al pedal. Te visitamos en tu casa casi en la salida del pueblo, allá donde la calle de asfalto se convierte en tierra, frente al gimnasio y cerca de la casa de aquella niña que vamos a recoger en el microbús y se va todo el tiempo sentada con su bolsón en la espalda. Jamás habla con nadie, la niña, pecosa y chiquita. Tiene la mirada triste, como de huérfana, a pesar de que se que sus papás están vivos y le dan besos de buenas noches todos los días. Vos, vos solo tenés mamá, y para más joder, es diabética. La diabetes es un monstruo, te come y le sabés dulce, como a caña de azúcar. Vos te sentás y platicás con nosotros en tu voz chillona y nos explicás todo lo que estás haciendo, lo ocupada que estás, mi mamá está sentada en el sillón y te pide por favor que terminés los uniformes antes de que comiencen las clases. No he crecido tanto esas vacaciones, así que no me tienen que hacer pantalones nuevos. Lo que sí ha crecido es mi pecho -aguado púber- y mi estómago -flácido de marquesotes- y entonces tienen que hacerme nuevas camisetas.
-Miren, este niño bien seco estaba, como enfermo, pero el Doctor Valladares me le dio hierro y ya está mejor.
Vos respondés con una sonrisa, como siempre, y le decís que sí, que van a estar listos para enero. Yo estoy distraído con los figurines y los reviso y paso las hojas y las mujeres son tan bonitas, elegantes, con vestidos con detalles así y asá y papelitos con notas encima: para la Doña Alicia, para la Niña Mila, para la Niña Nena del Alto, para la Carmen del Colocho. Todos tienen que hacerlos como diez tallas más grandes porque las señoras de los pueblos son gordas, chichudas y con dos panzas.
-Mire, que deje de ver figurines el niño, que se le va a hacer maricón.
-Ay déjelo, que le distraen.
Vos recibís la bolsa con las telas de las manos de mi mamá y mi mamá me agarra la mano y me saca de ahí. Yo pienso en tu mamá enferma, dulcita, que nunca salió a saludarnos. También pienso en tus figurines. Vos, costurera de figurín, te despedís desde la puerta y caminamos hacia la casa. Tu sonrisa parece cosida con hechuras detalladas y tus dientes son como hilos gruesos y amarillos.
El vestido de mi mamá es tan bonito.
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