De la nada comienzo a recordar tu final tosigoso, como el actor aquél en María Mercedes. Al final, se casa con otro en la Basílica de Guadalupe. Pero su tos se quedó conmigo siempre, y cada vez que me acuerdo de la de él me acuerdo de la tuya. Pienso en cambiar tu nombre a Lázaro aunque sea un momento y platicar con vos. Qué bonito sería, pero ese nombre nunca te gustó. Demasiado bíblico, me decías. Y vos nunca creíste en mitologías. Solo creías en Nostradamus. Y te abrazabas con los postes y cantabas una ranchera y en tu cuerpo surgían ideas y se movían como marionetas dentro de tu estómago.
De la nada, comienzo a pretender narrarte, como si eso fuera posible. Me doy cuenta de que es imposible, porque la verdad, no se nada de vos: solo se que desapareciste, día de época seca, y te vi bajar hacia el nicho con el silencio típico de tu boca. Pienso en ir a ver si seguís ahí. Si no me traicionan los sueños y no estás internado en algún asilo y te puedo ir a visitar.
De la nada, comienzo a escribir sobre vos. Y así, también de la nada, entiendo que solo aquí en estos puños de letras seguís vivo.
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