miércoles, 13 de abril de 2011

Cartera azul comprada en Antigua Guatemala

De la nada comienzo a pensar en vos, como si seguís aquí sentado conmigo. Sueño tanto que estás vivo de nuevo que me asusto, quizás te quiero revivir y como no soy Jesús ni vos te llamás Lázaro, no puedo. Levantate, vos, levantate, que quiero hablar. Pero tus huesos arropados por la tierra de tu tumba no me escuchan, son sordos: murieron sus oídos y sus orejas y sus cartílagos. Qué injusta es la muerte, me decías, qué injusto es el fin del mundo. Veo la celebración de los años nuevos y me doy cuenta de que ya viene el de nosotros. Este es el fin del mundo. Este es el Y2K. Mi computadora y la tuya van a explotar y luego van a seguir nuestros cerebros. Todo lo que conocemos, mi cuerpo, el tuyo, desaparece. Y de la nada, así, sordos y mudos los dos, nos vamos a soterrar como en Las Colinas.

De la nada comienzo a recordar tu final tosigoso, como el actor aquél en María Mercedes. Al final, se casa con otro en la Basílica de Guadalupe. Pero su tos se quedó conmigo siempre, y cada vez que me acuerdo de la de él me acuerdo de la tuya. Pienso en cambiar tu nombre a Lázaro aunque sea un momento y platicar con vos. Qué bonito sería, pero ese nombre nunca te gustó. Demasiado bíblico, me decías. Y vos nunca creíste en mitologías. Solo creías en Nostradamus. Y te abrazabas con los postes y cantabas una ranchera y en tu cuerpo surgían ideas y se movían como marionetas dentro de tu estómago.

De la nada, comienzo a pretender narrarte, como si eso fuera posible. Me doy cuenta de que es imposible, porque la verdad, no se nada de vos: solo se que desapareciste, día de época seca, y te vi bajar hacia el nicho con el silencio típico de tu boca. Pienso en ir a ver si seguís ahí. Si no me traicionan los sueños y no estás internado en algún asilo y te puedo ir a visitar.

De la nada, comienzo a escribir sobre vos. Y así, también de la nada, entiendo que solo aquí en estos puños de letras seguís vivo.

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