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viernes, 15 de abril de 2011
Quizás, tal vez: talvez unido.
Quizás me encuentre en el límite de mi vida, quizás vea hacia abajo y veo el final del mundo, que se despliega como una cascada en caída libre y con monjas y sacerdotes suicidándose al final de la línea política de lo que llamamos tierra. Quizás el sabor de la cerveza se me filtra en la boca y quizás respiro no solo humo, sino también imposibilidad, algún momento imposible de la vida, color alquitrán, color absurdo borrado por la personalidad de algún bailarín de cuerpo perfecto. Me asusta, me asombra, pero a veces sigo escribiendo mucho después de lo que la mente me exige. Entonces le pido algo más, unas palabras más, por favor, como una plegaria que se le hace a la virgen que nunca bendijo tu pueblo. Tu pueblo, maldito, de color tierra y personas infectadas, de asesinos en las esquinas y tías que te ven con ojos de desconfianza. Quisiera escribirle una carta a todo esto, al quizás, a la posibilidad del final o a la posibilidad del inicio, a la forma en que las cosas parecen formarse a partir de pensamientos y no a partir de ideas, a partir de un tropiezo de la mente, de la mente que retrocede y ve al mundo, ve al mundo y ve no solo un tal vez, una probabilidad, también ve un talvez unido, como se escribía antes, como se escribía sin el espacio, sin el espacio obligado a mirar la cara, a descifrar la sonrisa, a descifrar el tornado. En los pueblos se que se encuentra la respuesta a los quizás que nunca nos atrevemos a formular en pregunta.
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