viernes, 15 de abril de 2011

Suburban War

Subámonos en nuestras bicicletas: vámonos a la piscina y mojémonos el pelo. Así se llenan nuestras toallas de agua y se sumergen en botellas de aceite. Así se elevan casas y se elevan iglesias. Vámonos, por las calles, y veamos los buses pasar. Eso buses que van para Santa Ana o San Miguel. En ellos van esas personas, en ellos vas vos: en ellos te vas masturbando. Recuerdo con tanta claridad la vez que me masturbé en el bus de la ruta 44. No iba para Santa Ana ni para San Miguel, iba para la Colonia San Mateo. El bus vacío, quién sabe por qué. Y vos en esa edad, en esa edad en la que te gusta masturbarte. Y de repente, una erección. Y te comenzás a masturbar. Y te masturbás desde la ceiba de la Virgen de Guadalupe (ay virgen, perdón) y te masturbás pasando el hotel Siesta y te masturbás frente al Mister Donut en el que desayunabas con tu familia los huevos y los frijoles y el pan gordito, tostado, y te masturbás frente al Banco Hipotecario y te masturbás frente en la UCA en la que estudian, estudiaron tus hermanos y te masturbás frente a la Torre Democracia -porque así la conociste de niño y así las va a seguir conociendo para siempre- y te masturbás frente a las colinas de la San Francisco y acercándote al redondel de la paz y te acercás y comenzás a venirte y te venís justo antes de que el bus pare y te deje frente al centro comercial y ves a tu alrededor con tus pantalones mojados de semen. Qué cerca está mi casa. Quiero dormir. Y qué bonito sería subirme a una bicicleta y recorrer estas calles. Qué bonito pero vos solo llegás a tu casa y besás a tu mamá de beso en la boca y jamás le decís: "Mamá, me acabo de masturbar en el bus". En ese momento, comenzás a entender que la vida se forma con el silencio. Se construye con tu boca callada. Qué bonita. Qué bonita es la vida.

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