Por alguna razón, Venezuela tiene fronteras con Nicaragua. Voy manejando con dos personas más -no se, ni recuerdo quiénes son, creo que ni siquiera los conozco- y nuestro carro todoterreno cruza la frontera con habilidad, pero de forma ilegal. La emoción de cruzar sin ser vistos es grande y a lo lejos comenzamos a distinguir las playas. Son negras, con olas grandes y largas y las personas están surfeando. Mi guía -que supongo es venezolano, pero yo no podría saber pues no se su nombre ni su edad ni reconocería su cara si se me cruza en otro sueño- me explica un montón de cosas de las playas y el país pero yo borro su voz y lo único en lo que me concentro es en las olas y en las personas y en el calor y en la forma en que las palmeras se mueven con el viento y las plantas están a medio morir.
"Esto no es como en El Salvador, aquí no hay piedras", le digo.
Nos bajamos del carro, nos sentamos, y el mar nos parece rodear. Venezuela es una isla, por alguna razón. Sigo esperando una conclusión al sueño pero creo que no hay: esto solo es soñar con el mar, con el monótono y caliente mar, con gente que no conocés, con un país del que solo has oído algunas cosas y las demás, te las tenés que inventar. Un sueño normal, digo yo. Un sueño normal que te hace despertar con sabor a sal en la boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje su opinión aquí, sea buena o mala, pues.