viernes, 15 de abril de 2011

Vos sos cachiporrista en las piedras

Vos, con tu falda corta cuadriculada que hace giros inesperados cuando tus piernas los solicitan; las bolas de tela en tus botas que se mueven y tiemblan como temblabas vos antes de tu primer beso. Maleada, lunar en la boca, labios gruesos y cara de sexo a los 12 años. Te veo desde adelante del desfile, yo en mi traje de José Matías Delgado, a pesar de que no soy ni calvo ni blanco y tengo 10. La banda de guerra (todavía no de paz) hace rebotar el sonido de los tambores y los bombos y los platillos en las paredes de las casas viejas del Barrio El Refugio y nos acercamos a la esquina de mi casa. Camino orgulloso, prócer, independentista, marica. Me gusta volverte a ver y sonreírte y pretender que me gustás. Lo hago porque ya me preguntaron quién me gusta de la clase y les dije que vos. Vos, con tu falda corta cuadriculada que deja ver tus piernas gordas que seguramente van a crecer tanto en tu primer parto, que seguro te van a convertir en una vieja caderuda mamá de cinco. Vos, con tu camiseta pegada con detalles dorados que deja ver un par de púberes senos, pequeños y suaves (imagino), solicitados y ya explorados (confirmo). Vos, con tu mirada que me devolvés mientras movés la batuta hacia arriba de tu cabeza y con el ritmo de la trompeta la llevás de izquierda a derecha, como tus ojos, como tus caderas. Camino recto hacia el mercado, y en las piedras hay piedras más pequeñas y en esas piedras encuentro tierra y me gusta empujarla con los pies. Los zapatos negros que me lustró mi mamá en la mañana se manchan un poco de las puntas y mi sotana -sotana de cura que llevo puesta- se arrastra y la levanto y me río de llevar pantalones debajo. De repente veo el pupú de una vaca y tengo que desviar el paso, y las piedras noto, tienen colores: yo las veo azules, pero son de todos los tonos de gris, degradándose y fundiéndose con el suelo debajo. Pasamos a una calle de adoquines. Los adoquines son tan aburridos. La banda de guerra, entonces, golpea con fuerza todas sus percusiones y me hace levantar la vista. Sí, me acuerdo, tengo que volver a verte. Vuelvo mi cabeza y ahí seguís vos, vos con tu falda cuadriculada pequeña y tus futuras piernas gordas de señora sudorosa. Te sonrío. Me sonreís. Pero a los segundos vuelvo a ver al suelo: las piedras son tan interesantes.

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