viernes, 23 de septiembre de 2011

Desaparecer

-Decime, para qué estás aquí.
-Vine a desaparecer.
Y de las cosas: del vientre de mi mamá, del pene de mi ex-novio, de las libretas en blanco, de los parlantes con música aburrida. De los sillones con la piel pelada, de las vistas que son la misma todos los días, de la ciudad sin playa y montañas sin nieve. De los problemas de la religión y la hermandad solidaria de los aposentos malvados, del cañal y El Cocal, de los aviones que no despegan. Vengo, a desaparecer: a traerte las cosas que te debo, a entregarte mi nombre y mi apellido, a verte por un beso o por dos, a huir de los recibos y las cuentas bancarias y las preguntas de en qué trabajo o el café otra vez con un desconocido o la cerveza que emborracha de otra forma, vengo a desaparecer en otros alcoholes. En estas ciudades, en estos mapas y leyendas, en el sur y en las fábulas de la reconstrucción de mis días. Mis días, que son así, como una canción o himno de trabajadores bien construida, como si murmuran o dibujaran un círculo perfecto con el peregrinaje hacia Europa. Pero esto no es Europa. También desaparezco de Europa:

y desaparezco de las presiones y de las despedidas y de la ausencia. Vengo lejos a establecer de nuevo mi identidad, que solo la encuentro en el camino. Si me quedo quieto me convierto en musgo o en un loco abrazando una almohada y viendo la pared. Desparezco. Vine aquí a desaparecer.

Bienvenido al invisible viaje del alma.

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