Quiero acercarme a vos y quitarte los audífonos de las orejas y decirte: Soltá las mancuernas, así estás bien. Así me gustás, con tus pezones en punta y tu cuerpo descrito por ojos ajenos como bolsa de crema. No sos ninguna bolsa de crema para mí. Estás en el punto perfecto. Estás perfecto. Me gusta el atisbo de vello que noto en tu pecho, me gusta la forma en que las nalgas abrazan tu pantalón de gimnasio. Me encantan tus ojos, tu nariz un poco torcida, la forma en la que notás que te estoy viendo y probablemente pensás que solo te cruzaste en mi camino. No, no te cruzaste en mi camino. El camino de mis ojos pasa por vos, por tus ojos negros grandes, por tus brazos que cada vez veo más fuerte y tu panza que cada vez se va haciendo pequeña pero no: detenete. Soltá las mancuernas. Bajalas. Yo las pongo en su lugar. Así como estás estás bien.
Te abrazo ahí frente a todo el mundo y te lo repito al oído. Los audífonos siguen expulsando la canción que estabas oyendo y solo es un ruido como estática. Ese ruido nos envuelve y el resto de gente habla de nosotros pero no escuchamos. Salimos así, abrazados, del gimnasio. Y llegamos al parqueo a mi carro y luego a mi cama y te desnudo:
sí, así estás bien. Maravilloso, de hecho. Te voy a preparar pancakes de desayuno.
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