sábado, 10 de septiembre de 2011

El sueño no me tiene

El sueño no me tiene; me huye. Me ve y me encuentra demasiado despierto, mis ojos abiertos lo asustan. Se va, corriendo, a otras camas, a dormir a bebés y a ancianos, a dormir al vigilante del edificio. Luego, cuando pongo una película y comienzo a pensar en otros climas y otras manos regresa y me contempla, se sienta a la par mía y comienza a tornarse algo menos huraño, como si ya perdió el miedo y se atreve a tocarme. Oigo su voz y es una voz somnolienta, por supuesto, la voz de un amante agotado. Me pasa las manos por mi brazo y por la espalda, su tacto es parecido al de la lana de una oveja. Se pone más cómodo, yo me pongo más cómodo; me abraza y me cierra los ojos y me abre la nariz y me calma la ansiedad del estómago.

El sueño, familiar ahora con mi cuerpo y yo familiar con el de él, se hunde conmigo en el colchón. Está sin sábanas, pero ni al sueño ni a mí nos importa. El sueño, que no me ha tenido por ya más de 15 horas, se siente contento de estar de nuevo conmigo. Me cuenta un montón de historias, de ronquidos y pesadillas, de fantasías y sudores. Me cuenta sobre los bebés que mueren súbitos; sobre los viejitos que mueren esperanzados; sobre los terremotos que despiertan. Poco a poco sus anécdotas se me hacen arrullo y desdoblo mi cuerpo, lo sumerjo en el movimiento rápido de mis ojos y el sueño, satisfecho, se levanta y se va, dejándome dormido.

No es hasta el siguiente día que lo encuentro, nuevamente, viendo televisión en el cuarto contiguo. Me siento a su lado y tenemos una conversación enteramente construida con bostezos y nos decimos las cosas más lindas hasta que despertamos por completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje su opinión aquí, sea buena o mala, pues.