El sueño, familiar ahora con mi cuerpo y yo familiar con el de él, se hunde conmigo en el colchón. Está sin sábanas, pero ni al sueño ni a mí nos importa. El sueño, que no me ha tenido por ya más de 15 horas, se siente contento de estar de nuevo conmigo. Me cuenta un montón de historias, de ronquidos y pesadillas, de fantasías y sudores. Me cuenta sobre los bebés que mueren súbitos; sobre los viejitos que mueren esperanzados; sobre los terremotos que despiertan. Poco a poco sus anécdotas se me hacen arrullo y desdoblo mi cuerpo, lo sumerjo en el movimiento rápido de mis ojos y el sueño, satisfecho, se levanta y se va, dejándome dormido.
No es hasta el siguiente día que lo encuentro, nuevamente, viendo televisión en el cuarto contiguo. Me siento a su lado y tenemos una conversación enteramente construida con bostezos y nos decimos las cosas más lindas hasta que despertamos por completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje su opinión aquí, sea buena o mala, pues.