sábado, 10 de septiembre de 2011

It takes a muscle

Aquí me siento y retraso el baño, la ducha. Mi cuerpo está sucio, aún sucio; la verdad, así me gusta. Me gusta con restos de desodorante de ayer debajo de los brazos; me gusta con el sudor de la noche detrás de las rodillas. Aprecio la acumulación de olores y sabores en la boca, que saben a suciedad pero eructan en vida. Me envuelvo la sábana, la sábana de tantas noches. Tolero la fetidez de lo mío porque es mío y yo lo he creado. Yo he generado estos olores desagradables para los demás, perfume para mí. Me siento como fábula o como moraleja, como advertencia para aquellos niños que apenas aprenden en la escuela que es necesario bañarse todos los días. Siento cómo se van acumulando los segundos malolientes en mi piel y como cada minuto también se eriza, se sumerge en la epidermis. Dejo que el humo de un gas envuelva el cuarto y se vuelva ambiente. Cierro la puerta y las ventanas y permito el olor de los calcetines sudados y la ropa tostada penetrar mi nariz, como si un halo de luz se tratara. Siento calor pero confío en la capacidad infinita de mis gotas de sudor, que se deslizan por la espalda, que mojan el suelo que hace ruidos cómicos cuando me muevo. Mi piel, sin ser tocada, es terreno árido, páramo llano. Alguna hormiga camina en mí e imagina molinos gigantes, monstruosos, que hacen que los vellos de mi espalda se levanten y muevan al ritmo de una ventisca imaginaria, imperceptible si no fuera por la quietud de todo lo que la rodea. Hacerse uno con estos olores, con la comida entre mis dientes, con las úlceras de mi esófago. Encuentro en esta decadencia una honestidad poética. Nada más humano que lo horrible y lo horrendo. Nada más humano que hundirse en la quietud del desgano y el asco. Canto alguna canción que se me ha quedado en la cabeza y al dejar el aire salir de mi boca se convierte en vapores de halitosis y placas de bacterias. Me acuesto boca abajo y me entrego al suelo, la punta de mi pene dejando rastros y mi boca simulando besar a otra boca, hecha de cerámica, con el mismo olor que la mía, con el sabor de mi piel que cada vez encuentro más tierna, caliente.

Me duermo con ronquidos estridentes y los vecinos, preocupados, comienzan a tocar la puerta.

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