Es la pared de un edificio en la Calle Augusto Figueroa de Madrid. No se qué color tiene ahora. Probablemente rosada, como siempre ha sido. Es un edificio grande, con balcones en toda la fachada, balcones con barandas de hierro y detalles blancos que o son curvas o son flores o son pequeñas cabezas de ángeles. No recuerdo. En este momento es de día. Las 10 y 15 de la mañana. El café ya debe estar abierto. Gente caminando por ahí, con bolsas de compra porque se ha vuelto una calle con un montón de tiendas, un montón de restaurantes, pero ya no estamos ni vos ni yo ahí y ya no me estás dando el primer beso que me dieron en la calle, sin estar en un cuarto o en una oficina con las cortinas cerradas. Apoyados en esa pared de ese edificio fue donde nos besamos por largo rato y lo que más recuerdo es la emoción de estar en público. Tu cuerpo masculino contra el mío y la gente andando por ahí sin importarle nada. Tal vez incluso ellos se besaban. Tal vez ni nos vieron. Te lo dije. Recuerdo habértelo dicho. Esta es la primera vez que beso a alguien en la calle. Siempre he pasado escondiéndome. Estábamos borrachos. Casi siempre estoy borracho cuando beso. Y estar borracho solo me emocionaba más. Me daban ganas de agarrarte la mano y llevarte a besarnos a alguna plaza del centro o a la Gran Vía y besarte en los vagones del metro o en el restaurante donde unas viejitas atendían nuestra mesa y en vez de sacarnos se reían con (o de) nosotros y decían "cómo ha cambiado España" y ni yo ni vos somos de ahí pero sí, cómo ha cambiado.
Los lugares: los vamos dejando y desaparecemos pero por un segundo nos hacemos parte de ellos, insistentes, marcando territorio. Esa pared es nuestra, a pesar de que ni estemos juntos ni sigamos ahí. Tiene nuestro nombre, nuestro nombre imaginario y la reclamo exclusiva en mi memoria.
Por más que el ayuntamiento la mande a pintar o cubran el graffiti, la marca de mi espalda mientras me besabas, tus manos apretando mis nalgas y raspándose en el concreto, eso lo dejamos impreso. En un material más fuerte que la pintura, en una sustancia más duradera que la tinta. Lo dejamos escrito en el mapa de la memoria de esta calle, que tiene tanto que recordar, pero qué suerte que nos tiene a todos los que pasamos por ella para ayudarle.
Nada se pierde mientras se siga pensando. Nada se pierde mientras se siga escribiendo.
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