Boto lo que queda de la pera y cae en el jardín del edificio golpeando la grama y las hormigas se la comen en un par de días. Pronto desaparecerá por completo.
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sábado, 3 de septiembre de 2011
La Ventana
Este aire acondicionado está tan sucio. Me gustan más las peras que las manzanas. Tengo demasiadas bolsas. Mi cama ya no me gusta. Pero me ha dado una idea. Esa casa la diseñó él. Recuerdo sentir mi cuerpo en Tikal y odiarlo. Recuerdo mis brazos delgados. La lámpara está apagada y el foco del techo se ha quemado. Un cumpleaños al que no fui. El silencio de los pisos falsos. Un restaurante chino con cucarachas, el río con Rinso o espuma de jabón de cuche, la gente arrastrada por avalanchas de nieve. De aquí, hasta allá, hasta donde ronca mi mamá y su corazón late seguro, tranquilo. De aquí, hasta allá, hasta donde duerme mi hermana y sueña con la cara de mi papá moviéndose y hablando con la voz de un espectro. Una pera en semillas. Un montón de teclados. El viaje que viene, que desaparece cuando volvés. Todo se acaba. La cirugía que falta. El baile de las desnudistas y el carro que no enciende, la gente en el gimnasio que me enseña sus nalgas gordas y sus piernas firmes y yo imagino mi barba sumergida ahí, en medio. Como si fuera un deber o una tarea hasta que acabe todo. Hasta que él. O yo. Y que la cama esté alta y no baja como ahora. El televisor apagado y el cantante cantando. Qué bonita esta la noche tan silenciosa y solitaria. Ojalá estuviera ruidosa o llena. O tuviera con quién hablar. En murmullos, pero hablar. Pero me toca escribir. El diálogo más triste. El diálogo monólogo.
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