Se va usted con la lonchera vacía y con toda la comida en las nalgas, caminando por la Manuel Enrique Araujo y abrazando por las caderas a la señora que se casó con usted. Me ve preocupado, a lo lejos y yo le veo nalgón, desentendido. Recuerde usted, le digo, la forma en que nos conocimos: en el sótano, con la música, con las locas. Recuerde usted, le digo con la mente, la forma en que nos fuimos a la casa, casi rodando (gordos), casi rebotando (borrachos). Recuerde lo que me dijo, le digo con el pensamiento: que estaba feliz de verme, que siempre me había visto pasar por la calle y que
lo que más quería hacer en el mundo era arrancarme unos pelos del bigote usando su boca.
Lo veo pasar, con su lonchera vacía, con su camisa pegada y recuerdo el mordisco que le di en uno de sus pezones.
Le apuesto que a su novia le dan miedo los pezones. Le apuesto que yo le preparía un mejor almuerzo que ella.
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