Me humecto la cara, me pongo bonito, lo más bonito que es posible para alguien con mi cara. Me recuesto en la cama, reviso los mensajes, ya está cerca, dice, luego me río con ella, con él, con la cara que me imagino en la cama. Reviso las bolsas y llevo el dinero, el teléfono y el audífono y me pongo a oír la canción y grito la letra, como la gritaba en la discoteca y alegre, tan alegre que te pone la cerveza y luego: la sed. Y luego: la lluvia cayendo en la piel y la maleta en el carro y la gente que te ve, ellos saben a lo que viniste.
Tomás el último tren y ves los viejos en la estación y luego los trenes viejos y los rieles se van haciendo borrosos hasta que te acercás a la casa y el tren para directo a su puerta y te recibe con un ramo de petunias y vos le decís, qué petunio sos y se ríen y besan las barbas y se sientan en las gradas a hartarse de flores con queso crema mientras el tren se va, y desaparece, distanciado, él solo y sobrio.
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