jueves, 7 de julio de 2011

Turista (ii)

Quisiera ser turista en El Salvador, para llegar e irme con unos anfitriones maravillosos a El Tunco, a tomar un montón de cervezas, a decir "pero qué bonito este país, este país tan tranquilo, dicen que es violento pero yo no veo nada, con gente tan sonriente y surfers, con esos tatuados y esa piedra tan grande, tan interesante, con hoteles tan baratos".
Quisiera ser turista en El Salvador, para que me llevaran al Centro y decir: qué interesante este centro dilapidado, estos mercados que son calles, esta catedral pintada por artesanos de las montañas (¿o por quién era que fue pintada?).
Ser turista y visitar el Palacio Nacional. ¡Qué imponente! ¡Cuánta historia! ¡Cuánto poder ha pasado por estos salones!
Ser turista y que me lleven a las discotecas gay, y decir que para ser una ciudad tan pequeña en un país tan conservador son bastante grandes y liberales. ¡Cuánto hombre dispuesto a tener sexo conmigo, porque soy turista, porque soy temporal!
Y entonces me llevo a uno a mi hotel y tenemos sexo por largos ratos, hasta que nos dormimos y al siguiente día me dice: ¿Querés ir al mar? Y nos unimos con muchos de sus amigos, me vuelven a llevar a El Tunco, luego en la tarde regresamos y me dicen: comamos pupusas, me llevan a Antiguo y comento el sabor tan rico, el maíz y el arroz, el queso y los frijoles. ¡Qué rico se come en El Salvador!
Quisiera ser turista para tener fecha de salida, para decir: ay qué rico sería vivir en esta país tan tranquilo, donde se la pasa uno tan bien, tan relajado, con tanta sonrisa y tan barato.
Quisiera ser turista para no tener que ser salvadoreño y pasar escuchando las historias: que mataron al papá de una amiga cuando fue a comprar leche, que mataron al papá de un ex cuando abría su negocio, que asaltaron a un bicho con el que estuve hace años y asaltaron a mi sobrina cuando iba para su casa del trabajo, que están mandando anónimos "perros" a toda la gente de mi pueblo.
¡Ay sí! Quisiera ser turista para que después de dos semanas de borracheras y alegría, de sexo y condones, me fueran a dejar al aeropuerto y yo abrazara a estos salvadoreños sonrientes, valientes, únicos. Para ir a la sala de espera de Comalapa y sonreír satisfecho, qué viaje más bonito, y pensar:
Qué bonito es El Salvador, qué bonito, pero qué suerte tengo de no vivir aquí.

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