Trato de no verte, Tendero de Zara, porque me da miedo que te des cuenta de que me gustás. Pero quisiera que te dieras cuenta. Quisiera que sepás que no necesito tanta ropa, que vengo al menos dos veces a la semana solo para verte y seguirte con la mirada, apartarla cuando lo notés. Quisiera que sepás que robé uno de las tablas de horario y ahora se qué días vas a estar ahí, a qué horas y por cuanto tiempo. Que sepás, también, que me pruebo chaquetas frente a vos y viéndome al espejo con dudas en la cara para que algún día te atrevás y me digás, con una sonrisa: "Esa te queda bien". Y así, por fin, nos podríamos comenzar a enamorar.
Tendero de Zara, enamorate de mí.
Nada vas a perder. Vas a ganar tanto. Vas a tener un novio que te va a atender tus necesidades, todas ellas, que te va a cocinar y surcir los pantalones cuando necesités. Voy a ser tu sastre, tu doctor y escritor. Te voy a ayudar en tus tareas de la universidad (¿Vas a primer año Tendero? Tu cara me lo dice). Te voy a regalar ropa de gimnasio, cada vez más estrecha, cada vez más corta, para que todo el mundo te vea y sienta envidia de mí. Yo te tengo, Tendero. Yo te voy a tener.
¿Qué pensás, tan serio, cuando estás haciendo tu trabajo? ¿Pensás en mí? Cuando levantas la barra en el gimnasio, Tendero, te imaginas en la caja de Zara, por fin en corbata y camisa ajustada, por fin tocando dinero y no doblando ropa, por fin en el lugar que siempre quisiste estar? Siempre has querido estar conmigo, Tendero de Zara, yo lo se. Mañana o un día de estos cuando coincida con tu horario visito la tienda y me tropiezo con vos por accidente. Te voy a decir perdón y con un guiño del ojo vos vas a saber que soy yo el hombre de tu vida. Vas a ser tan feliz.
Te prometo que no vas a tener que doblar ninguna camisa en el apartamento que vamos a compartir.
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Tengo una tendencia extraña a que me gusten los que trabajan en Zara. Hace años escribí esto.
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