jueves, 21 de julio de 2011

Pilgrimage

Nuestros jóvenes se van, uno a uno, en el aeropuerto, porque estos jóvenes no son indocumentados normales: estos jóvenes consiguen visas, oportunidades, trabajos. Se van, porque o en Estados Unidos o en España se vive mejor, se puede ser maricón o simple libre, se puede conseguir esposo o esposa y mejorar la raza. Se van, porque se van; se trabaja más, se viaja más, se olvida a los familiares. Porque estos indocumentados tampoco mandan dinero, no; sus familias usualmente no lo necesitan y aquí en El Salvador podrían estar bien. Podrían ser pintores, escultores, economistas, banqueros u oficinistas; pero no, no quieren serlo aquí. Salen y se aburren de La Ventana, de las discotecas de Multiplaza, de la Juan Pablo si son sodomitas. Vienen contando de la Oveja Negra, o de la Castro, o de los bares de Chelsea o de las fiestas de Mardi Gras. Estos indocumentados no lo son porque lo necesiten, sino porque lo prefieren. Aquí podrían caminar en las calles, andar en autobus, pero no: quieren andar en la calle y caminar en los pasillos de los autobuses en otras ciudades. ¿Por qué, dirá? Que son más limpias, que son más bonitas, que allá en el Mediterráneo la piel se pone más blanca y uno parece menos salvadoreño. Estos jóvenes son los peregrinos modernos, de pantalones delgaditos y cinchos pequeños, de corbatas rectas y peinados irónicos; estos son los que vienen de vez en cuando de vacaciones, hablan con un acento diferente, se hartan de pupusas, se empanzan de Pilsener.

Estos peregrinos podrían quedarse, conseguir trabajo y conseguir marido o mujer o amante o que las preñen, pero no, para qué, se dicen, si me encanta cómo me quedan los abrigos y me veo divino con bufanda.

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